Claro que causa escozor que se deprecie la moneda mexicana porque durante muchos años el peso fue vendido como un símbolo nacional y su fortaleza era presentada por las máximas autoridades del país como un símbolo de fortaleza económica.

 

No tomamos al peso mexicano como lo que es: un medio de intercambio que es mejor que tenga esa flexibilidad de ajuste, pero que al mismo tiempo hay que atender las consecuencias de que esa liga se estire tanto como lo hemos visto hoy.

 

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Es relativo ese beneficio que tiene la depreciación del peso frente al dólar en materia de exportaciones, porque buena parte de los bienes intermedios que se necesitan para la manufactura de esas ventas al exterior son importados, entonces eso diluye la bendición del dólar caro.

 

Sin tomar en cuenta que las máquinas son importadas y que muchos costos están tasados en dólares de los Estados Unidos.

 

Además, así como las exportaciones mexicanas se ven beneficiadas por la depreciación cambiaria así ocurre con las ventas de otros mercados que hoy encuentran una ventaja cambiaria adicional. Y los que no tienen esa ventaja, se la inventan como los chinos y sus devaluaciones.

 

Del comercio exterior mexicano lo que nos debe tener complacidos como país es el cambio radical que las ventas mexicanas al exterior sufrieron a la vuelta de una generación.

 

Durante los años de la administración de la abundancia el tipo de cambio era fijo y las exportaciones eran prácticamente de un solo producto: el petróleo.

 

A base de golpes aprendimos a depender menos del comercio exterior de un solo sector y con el impulso del libre comercio se logró desarrollar industrias que hoy muestran grandes historias de éxito como la automotriz.

 

Y en la parte del tipo de cambio, también a golpes, aprendimos que era mejor abrir la cotización y no empeñarse en una paridad fija que defenderíamos como perros.

 

Sin embargo, donde no hay aprendizaje es en la necesidad de salir de esa zona de confort de los ingresos petroleros para completar el gasto público.

 

Ahí no se salva un solo gobierno de este país desde que acabaron los tiempos del desarrollo estabilizador. Desde López Portillo hasta Peña Nieto, pasando por los dos panistas, Fox y Calderón, todos han abusado de los ingresos petroleros para gastarlo en cuestiones efímeras.

 

Por eso vemos que hoy que se derrumba la producción petrolera y que su precio está tan castigado, el impacto presupuestal es enorme. Los desequilibrios fiscales que hoy son una amenaza son producto de esa zona de confort de la que no hemos querido salir.

 

Al final, la apreciación del dólar frente a las monedas del mundo es algo en lo que no podemos hacer absolutamente nada. De hecho, sabíamos que así habría de ocurrir cuando intentaran regularizar su política monetaria. Fueron muchos dólares sueltos por el mundo.

 

Lo que hoy marca la diferencia en los impactos locales de esta realidad financiera, es la condición local. Brasil está al borde de la quiebra por sus propias acciones y omisiones. Canadá resiste de forma excepcional por su propio manejo interno.

 

Y México se ha puesto en la mira especulativa desde el momento en que se nota la vulnerabilidad fiscal provocada por la sostenida dependencia del petróleo. Eso sí que genera escozor.