Ante la invitación presidencial a compararnos con los otros me di a la tarea de ponerme en la balanza con mis vecinos como para ver quién está peor que el otro.

 

Noté que mi perro es más educado que el can del departamento de abajo, que mi coche está más nuevo que el del vecino del 402. No puede dejar de notar que la maceta que está en la entrada de mi departamento está más verde que la de doña Mari (y eso que la cuida más que yo).

 

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Sinceramente saqué de la comparación al vecino de la ventana de enfrente porque lo considero de una economía desarrollada desde el momento en que se acaba de ir de vacaciones a Estados Unidos con los dólares a 16.50. Y ni modo que nos comparemos con los ricos.

 

Así le podemos hacer con la economía del país. Nos podemos acomodar las comparaciones para salir bien librados. Por ejemplo, podemos comparar la depreciación del peso frente al dólar con la suerte que ha tenido el peso colombiano con la moneda estadunidense. Ahí les ganamos en resistencia cambiaria.

 

Si ponemos en los reflectores la salud financiera y la responsabilidad fiscal de nuestro país en comparación con lo que está ocurriendo en Brasil, les ganamos de calle. Podemos comparar la fama internacional del manejo financiero mexicano con la que tiene Argentina y nos hacen los mandados.

 

Y ya con ganas de que quede claro que hay quien está peor que nosotros podemos abrir la baraja completa para compararnos con Venezuela y entonces sí demostrar plenamente que somos los tuertos que reinan en el país de los ciegos.

 

Pero al final nos pasará lo mismo que pensé respecto a mi comparación con los vecinos. Todos enfrentamos los mismos niveles de inseguridad cuando salimos del edificio. Mi cochecito será mejor pero los baches son los mismos para todos.

 

Al final de cuentas lo bueno y lo malo que nos ocurre se mide en términos personales, familiares, regionales y nacionales.

 

La comparación no tiene que ser para ver quién está peor, ese no es un buen consuelo. Es importante no quedarnos con una visión corta, estrecha de nuestra realidad porque entonces no tenemos un buen diagnóstico.

 

Como país nos sucede mucho, pensamos que todas las calamidades económicas, como la subida del dólar, la baja del petróleo, la menor expectativa de crecimiento económico es culpa de una sola persona: el presidente de la República.

 

Porque así como no es lo más conveniente el buscar quién está peor que nosotros, es más dañina esa actitud muy mexicana de considerar que nadie está más amolados que nosotros mismos.

 

La victimización es uno de los más nocivos deportes nacionales porque nos ocupa mucho tiempo para buscar responsables de nuestras propias desgracias y nos quita tiempo y oportunidad de hacer correcciones y cambios.

 

Nos encanta creer que la solución tiene que llegar de alguien más, del gobierno, de la pareja, de aquellos que creamos responsables de nuestras calamidades.

 

Por lo pronto, voy a compartir con doña Mari (la de la planta bien cuidada) un poco del fertilizante que le pongo a los helechos y así los dos adornamos bonito nuestro pasillo común. Y de paso le sugiero a mi vecino que lleve a su mascota con el experto que entrenó a mi perro. Si logro que ladre menos yo gano también.

 

Y al vecino rico que está en Miami, ni hablar, le deseo que tenga un muy buen viaje y disfrute sus vacaciones.