BAHORUCO. Desde que en la década de los ochenta el gobierno de República Dominicana concedió a los habitantes de Bahoruco los derechos de explotación por 75 años, donde se ubica la única veta conocida de larimar en el mundo, la gema semipreciosa que buscan impulsar como toda una industria nacional.

 

Los mineros han buscado de forma independiente inversionistas para financiar la extracción y las autoridades desconocen el impacto económico de esta creciente industria y la cantidad de piedra que es extraída y comercializada.

 

Grupos de 15 a 30 hombres se organizan, consiguen un inversionista que pague los costos de la excavación y la comida y al término de varios meses, cuando comienzan a extraer la roca, se distribuyen de forma proporcional las utilidades una vez el inversionista vendió la piedra y obtuvo sus beneficios, ello sin dejar de pagar el 10% a la cooperativa.

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“Es como una lotería, no se sabe cuándo se le saca; pasan meses y uno no saca nada, pero hay años que (la mina) da millones”, asegura Aníbal Franquis, de 37 años, y quien tras 23 años como minero ahora puede invertir por su cuenta unos 40 mil dólares para excavar dos agujeros.

 

Desde entonces, el comercio de joyas con las gemas azules ha crecido a la par de la pujante industria turística dominicana, pero sin modernizar y sin tecnificar sus artesanales métodos de extracción y sin vincularla directamente con el país.

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“Nos hace falta promoción hacia el mundo; el mundo debe saber que el único lugar donde hay larimar es en República Dominicana”, considera el ex beisbolista profesional Luis Antonio González, originario de la zona y quien desde hace poco creó una nueva cooperativa para extraer el mineral.

 

La calidad y precio de las piedras está definido en función de su dureza y coloración, que puede ir del azul pálido, al turquesa o a un intenso azul cielo. Mientras en las calles se pueden conseguir piezas por algunos cuantos dólares, en los hoteles y lujosas tiendas se venden sofisticados diseños valuados en varios miles de dólares.

 

“No sabemos cuánto puede costar (una pieza de larimar) nosotros sólo lo sacamos y lo vendemos en bruto, no lo tallamos”, explica José Miguel Suárez, quien tras más de tres décadas de trabajo en la mina ahora tiene la esperanza de conseguir un pequeño capital para instalar su propio taller y que sus hijos, que estudian en la escuela, elaboren las piezas.

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