Si usted cree que el Estado de México es sólo una entidad federativa, está muy equivocado. El Estado de México es el epicentro político actual del país; es la arena en donde confluyen -y batallan- muchos de los grupos que hoy influyen en buena parte de los destinos de la Nación.

 

Gracias a que el patriarca mexiquense Enrique Peña Nieto encabeza el gobierno de la República, el estado pasó a ser más que el terruño presidencial; el Estado de México se convirtió en una visión para gobernar el país. En el equipo del Presidente hay varios perfiles que nacieron y/o se formaron en este estado y que se deben a un particular estilo de hacer y entender la política, como Luis Videgaray, Gerardo Ruiz Esparza, Alfonso Navarrete Prida, David Korenfeld o Luis Miranda.

 

A menos de 100 días de las elecciones en las que se definirá el control político de la entidad (entiéndase sus 125 ayuntamientos, 75 diputaciones locales, así como sus 65 diputaciones federales), es importante recordar el contexto reciente del estado que para muchos es, por su peso económico y político, peldaño obligado para cualquier partido que aspire a contender seriamente en el 2018.

 

Además de ser la entidad más poblada con 15 millones 175 mil habitantes (13.5% del total del país), en el plano económico, de acuerdo con datos del INEGI de 2013, el Estado de México aportó 9.4% del PIB nacional, sólo por detrás del Distrito Federal (16.7 %). Para el PIB nacional de las actividades secundarias (sector industrial), el Estado de México aportó 9.2 %, sólo por detrás de Campeche (11.6 %). En tanto, para el PIB nacional en actividades terciarias (comercio y servicios), el estado contribuyó con 9.7%, cifra que lo sitúa en el segundo lugar del país.

 

En el plano político, el Estado de México es la entidad con mayor número de electores. En 2012, la lista nominal del estado ascendió a más de 10 millones 300 mil posibles votantes; en ese mismo año, la lista nominal para el Distrito Federal reportó un poco más de siete millones 200 mil capitalinos con derecho a votar. Históricamente, el Estado de México ha representado para el PRI un bastión político casi inherente.

 

El tricolor, desde su fundación en 1929, ha gobernado el estado y ha producido figuras políticas de peso nacional como Isidro Fabela, Alfredo del Mazo Vélez, el presidente López Mateos, Gustavo Baz, Carlos Hank González, Alfredo de Mazo González, Emilio Chuayffet, César Camacho, Arturo Montiel y Eruviel Ávila. De estos personajes, los últimos cinco son cercanos –de manera pública o privada– a Peña Nieto. Hoy, el PRI mexiquense gobierna la mayoría de los ayuntamientos, para ser exactos 94 de 125, es decir 75.2 %, lo que significa que este partido gobierna a 79.4% de la población estatal. Asimismo, el PRI posee 39 de las 75 diputaciones locales (52 %), sin contar a sus aliados.

 

Por su peso económico, político-electoral y el hecho de que uno de sus hijos pródigos ocupe la Primera Magistratura del país, el estado carga con un simbolismo particular: a ojos priistas, ganarlo de manera contundente es condición sine qua non para refrendar un triunfo tricolor en el 2018. Sí, el próximo 7 de junio se juegan también otras elecciones de peso (por ejemplo, se elige gobernador en Nuevo León y en Sonora, y se renuevan la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y sus 16 delegaciones), pero en el Estado de México se juega buena parte del futuro del priismo de cara a las próximas elecciones presidenciales, debido también a la poca influencia del tricolor en la capital del país.

 

El Estado de México en el 2015 representa mucho más que una elección local intermedia; para el PRI, la manera en la que se gane en el estado será una señal que mandará a los otros partidos. Dependerá de la hondura de ese triunfo si este mensaje será: “estamos listos para ganar el 2018” o “la crisis de confianza nos ha metido en problemas”. El próximo 7 de junio se juega más de lo que se dice; se juega el reordenamiento del poder político de cara al 2018, así como el margen de maniobra del presidente Peña en lo que resta del sexenio.