Este título no lo iban a perder. No sin luchar. No sin romperse la cara por su entrenador. No sin enfrentarse a la adversidad que su propia directiva sembró. No ante el mezquino. No ante el cobarde.

 

Ayer, sobre la cancha del Estadio Azteca las fieras salieron vestidas de amarillo. Los Tigres, que llegaron con la intención de hacer durar su gol 90 minutos, se vieron apabullados por el ansia de un rival superior en espíritu.

 

Bastaron sólo unos minutos para entender que el equipo de Ricardo Ferretti no saldría vivo de la cancha del que es ahora y aunque le pese a la mayoría de los aficionados de México, el equipo más ganador de la historia, con 12 títulos de liga.

 

En el camino quedaron envueltos en sus crisis eternas el Cruz Azul y sobre todo las Chivas, que se mantiene con 11 campeonatos. El América, más allá de su antipática imagen pública, ha sido capaz de trabar con coherencia, pulcritud e institucionalidad, y los resultados se han multiplicado en cinco títulos en los últimos 15 años.

 

Los Tigres son otro ejemplo de constancia, pero en la mediocridad. Con un equipo que hubiera sido capaz de plantar cara a las Águilas, prefirieron salir con cautela. Llegaron a la Final apenas con un gol anotado en la Liguilla y con ese pretendieron coronarse.

 

El equipo de Antonio Mohamed sabía qué esperar. Y más allá de plantarse con cautela, salieron con el cuchillo entre los dientes, a pelear y ganar cada balón en disputa, a jugar en la cancha del rival, a atacar como no lo habían hecho en todo el torneo. Y es que El Turco ya sabe desde hace un par de semanas que no seguirá en el banco así que lo mismo le daba perder que ganar.

 

Y como para que quedara claro, el América ganó con goles de jugadores apuesta de Mohamed. Primero, Michael Arrollo hizo el importante, el que dejó herido a los Tigres y le dio aún más bríos a su equipo. Fue en el minuto 36, con un zurdazo que hizo imposible que el arquero rival, Nahuel Guzmán, pudiera siquiera rozar el balón.

 

Tras el descanso, el América Salió con la certeza de que iban a conseguir el título. Conforme pasaron los minutos era cada vez más claro que los Tigres no tenían cómo pelear. Y aunque resistieron jugando a la destrucción, en el minuto 61 el paraguayo Paulo César Aguilar anotó el del título aprovechando un pase de Rubens Sambueza.

 

Fue la locura, Aguilar recorrió medio Azteca para ir a abrazar a Mohamed, la tribuna comenzó el festejo anticipado, Ferretti hizo la rabieta del torneo mientras sus jugadores regresaban a su parte del terrero con los hombros caídos.

 

El que cerró la cuenta fue mero trámite, Tigres estaba muerto, pero Oribe Peralta se merecía anotar a Guzmán, quien en la semana lo calificó de marrullero. Ocurrió en el minuto 78, a pase de Juan Carlos Valenzuela.

 

Y así, nos pese a quien nos pese, América es el campeón, y ya.

 

Un infierno que El Turco volvió en paraíso

Por Arturo Salgado

 

¿Quién corre a un técnico que acaba de ganar el título? La respuesta es que ni siquiera el América es capaz de eso. Porque de hecho se sabe que a Antonio Mohamed decidieron despedirlo después de que el América perdió el partido de ida de la primera etapa de la Liguilla ante los Pumas.

 

Y es que nadie pensó que jugando como estaba jugando el equipo, iba a salir adelante. Pero, claro, no contaban con los universitarios.

 

Lo que es un hecho es que la forma en la que está saliendo el argentino a quien apodan El Turco, es inédita hasta para el América, un equipo que no se distingue por sus formas. Antonio Mohamed tuvo un desencuentro con el presidente deportivo del equipo, Ricardo Peláez, a quien le molestó lo que consideró falta de compromiso y profesionalismo del entrenador.

 

No le gustó que no se apareciera a trabajar sin avisar. Le enojó que volara a Argentina apenas una horas después y sin importarle que hubieran perdido un clásico.

 

Estaba descontento con el tumulto de asistentes que llevó a Coapa y que fueron contratados mientras él se entretenía con la selección nacional.

 

Y lo peor, le molestó enormemente que Mohamed enviara mensajes a través de los medios.

 

Por eso, Mohamed vivó el encuentro envuelto en esas ganas de reivindicación que dan al sentirse la víctima. Gritó, protestó, festejó, se volvió loco en el banquillo. Fue especialmente emotiva la forma en la que los jugadores se abalanzaron en el segundo gol para abrazarlo. El título era suyo. Suyo.

 

Y así ganó con la dignidad que le faltó al rival, un equipo que superado, perdió la cabeza. La imagen de Ricardo Ferretti arrojando papeles al suelo, lo resumía todo.

 

Al final, Mohamed sacó un Iphone para que se viera en la pantalla, aprovechando sus últimos minutos de amarillo para hacer publicidad a los de la manzanita en el mejor horario que podía haber y meter el último gol a Televisa, sonriente como el que más, y como diría más tarde frente a los micrófonos, consciente de que mañana (hoy) será otro día.