Desde el medio día comenzó la entrega de instalaciones en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) previo al primer inicio de clases tras el paro,  el lunes.

 

A partir de las 12:00 del día, se tenía contemplado que iniciara la entrega por parte los alumnos de la Escuela Superior de Economía (ESE) en el Casco de Santo Tomás; a las 18:00 se espera un acto central en la Plaza Roja del centro cultural Jaime Torres Bodet, sede de las mesas de diálogo entre el gobierno federal y los estudiantes, mediante las cuales se pudo dar fin al conflicto.

 

A las 15:00 los de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura (ESIA), unidad Zacatenco, entregarán sus instalaciones aunque todavía no está claro si las reportarán al director, pues se habían negado a realizar la ceremonia formal con él.

 

Fueron precisamente los alumnos de la ESIA quienes iniciaron las movilizaciones estudiantiles cuando tomaron las instalaciones de su escuela el pasado 17 de septiembre para protestar por los cambios en los planes de estudio para las nuevas generaciones.

 

A partir de la protesta de los ingenieros civiles, comenzaron a movilizarse los estudiantes politécnicos: primero por los cambios en los planes de estudio, después por el nuevo reglamento interno aprobado por el Consejo Técnico y por la destitución de la entonces directora Yoloxóchitl Bustamante Díez.

 

Pero la renuncia de la directora (anunciada el 3 de octubre por el secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong) sólo marcó el inicio del movimiento y destapó una coladera que cubría años de inconformidades estudiantiles y de la comunidad que no habían sido atendidas.

 

El 30 de septiembre fue  clave: ese día amaneció con la noticia de que el paro se estaba generalizando. Una a una se iban sumando las escuelas hasta que al final del día quedaron 43 de las 44 que tiene el Instituto en todo el país, en suspensión de labores.

 

Salieron a las calles más de 60 mil  politécnicos. Ataviados con instrumentos correspondientes a sus carreras (cascos para los ingenieros, reglas para los arquitectos, batas blancas para los médicos, por ejemplo) y utilizando el emblema clásico de cualquier estudiante, sus mochilas, marcharon desde el Casco de Santo Tomás a la calle de Bucareli, donde está la Secretaría de Gobernación.

 

En la que fue conocida como la “marcha de las credenciales”, los jóvenes iban por la calle recogiendo  basura, en columnas ordenadas para no permitir el paso de infiltrados ni porros, mostrando sus identificaciones a cualquiera que pusiera en duda que este se trataba de un movimiento estudiantil y no de personas ajenas a la institución como se cansó de repetir la entonces directora.

 

Ese día los jóvenes llegaron a la Secretaría de Gobernación. Fotografías aéreas mostraron una avenida Paseo de la Reforma atiborrada de puntitos guindas y blancos que se extendía desde el Café La Habana (en Bucareli) hasta más allá de la esquina de la información.

 

Exigían que saliera a atenderlos personalmente el secretario de Gobernación y no se movieron hasta que lo lograron. Salió Miguel Ángel Osorio Chong, leyó frente a la comunidad estudiantil el pliego petitorio (que entonces ya constaba de 8 puntos) y quiso dar una respuesta fácil: “ahorita, en 30 minutos”, ofreció. Nada.

 

Los estudiantes le dieron tiempo para pensarlo y que ofreciera una respuesta formal a sus demandas, una respuesta en papel membretado que resolviera de manera verdadera los problemas históricos del Politécnico: porrismo, falta de presupuesto, corrupción.

 

Inclusive la respuesta del gobierno federal, todo, sería consultado con las bases en un esquema de asambleísmo que exigía la participación de todos los estudiantes: las decisiones se tomaban en conjunto en las escuelas y de ahí pasaban a la Asamblea General Politécnica, la representación estudiantil conformada por con dos jóvenes de cada escuela y dos oyentes sin derecho a voto.

 

Ninguna determinación se tomó sin pensarse y consultarse.

 

Después de la marcha del 3 de octubre, cuando regresaron por su respuesta a la Sebog y conocieron la renuncia de Yoloxóchitl Bustamante Díez comenzó la discusión para determinar cómo resolver el diálogo.

 

Conminaron al gobierno federal a una negociación entre pares: el mismo número de representantes de cada lado, y con condicionantes: los funcionarios se tendrían que enfrentar en un debate con la comunidad politécnica y para ello, aceptarían celebrarlo en el auditorio Alejo Peralta (mejor conocido como “el queso”, el magno edificio donde toca la Orquesta Filarmónica del Politécnico) y transmitir las discusiones completas, sin editar, por el canal televisivo del Poli, el Once para que todo el que quisiera pudiera escucharlo. Querían que fuera en “el queso” para que la comunidad estudiantil estuviera presente.

 

Las instalaciones se entregarían “sí y sólo sí” -dijeron los jóvenes- el gobierno cumplía los 8 puntos de su pliego petitorio. No antes.

 

El 4 de noviembre, finalmente, comenzaron los diálogos. En un mes de discusión intensa los estudiantes fueron denunciando las condiciones en que habían dejado a sus Instituto años y años de corrupción, violencia y malgasto: denunciaron el porrismo que azotaba a los estudiantes, principalmente, de las preparatorias vocacionales; mostraron fotos y videos de estudiantes de Medicina haciendo sus prácticas en frascos de mayonesa, las condiciones de los laboratorios que forman a algunos de los mejores científicos del país: sin equipo, cayéndose algunos a pedazos.

 

Y no se dejaron intimidar: cuando la representación del gobierno federal llegaba a cambiar un acuerdo, los jóvenes pasaban audios y videos del secretario de Educación Emilio Chuayffet Chemor dando instrucciones contrarias.

 

Los jóvenes reivindicaron la unidad estudiantil con otras escuelas y mostraron que la competencia con la UNAM era sólo deportiva, en el fútbol americano.

 

Mostraron el escudo de la Asamblea Interuniversitaria conformada por los del Poli, la UNAM, la UAM y la UACM, “hermanos de diferente madre” se decían.

 

También se pronunciaron por los desaparecidos de Ayotzinapa y por los detenidos de las marchas del 20 de noviembre y el 1 de diciembre: su movimiento no podía permanecer ajeno a la realidad del país, como exigían los representantes del gobierno.

 

Ante las presiones por reabrir las instalaciones, Zamantha López, alumna de la Unidad Profesional Interdisciplinaria de Biotecnología (Upibi) y una de las principales negociadoras de la mesa de diálogo, invitaba a sus compañeros a mantenerse firmes en la lucha. El paro terminaría más rápido si los estudiantes actuaban en unidad.

 

Y lo consiguieron el pasado 9 de diciembre, con la firma de ocho acuerdos, un director nuevo y un compromiso de celebrar el Congreso Nacional Politécnico, la discusión que habrá de determinar la refundación del Instituto, sus nuevos principios que permitan la inclusión de más sectores (como alumnos, profesores, egresados e investigadores, por ejemplo) en la toma de decisiones, la elección democrática de un director que represente a la comunidad en vez de ser designado por el presidente. Y sobretodo, que planteará la autonomía del Instituto, en su presupuesto, decisiones y mando.

 

Hoy, 74 días después de ese 30 de septiembre, los jóvenes entregan unas instalaciones limpias, ordenadas e íntegras. El lunes regresan a clases, pero bajo sus condiciones. GH