Por Rodrigo del Moral
Fotos Romuald de Richemont

En “Bajo Selva” se percibe un deseo de felicidad superior al diktat (dictado) de los clichés de la vida difícil. Aunque lo sea. De Richemont comenzó a trabajar su serie cuando su amigo, el fotoperiodista Joel Martínez, lo invitó a Chiapas, a su tierra de origen. “Me quedé un rato, no bastante, el tiempo suficiente para querer regresar. Se trata de generar confianza y amistad aunque sea tartamudeando la lengua. La fuerza tranquila del corazón tzeltal y su perspicacia invitan a quedarse”.

A su vuelta, el fotógrafo de 35 años trajo consigo una serie de imágenes —al estilo de otro fotógrafo parisino de los años 70, Robert Doisneau— que intiman en una vida cotidiana que uno podría imaginar como un esbozo del jardín del Edén. La fuerza de la selva. “El efecto es corporal, físico, total y brutal. La selva es el personaje omnipresente. En el sur de América la llaman Pachamama. Acá, le rodea una suerte de alma vibrante; la penumbra da luz. Los sentidos entran en otra dimensión, hostil, y, sin embargo, acogedora. Es el reino del jaguar”.

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Fuera de los estereotipos de género (ausentes en sus fotografías) el periodista viajero de facha flaca, ata el andar de San Francisco a nuestra realidad contemporánea mediante sus íntimas instantáneas. “Trato de no imponer mi visión, más bien dejo que esa realidad ajena impresione el negativo por su densidad. La historia llega luego… editando”, explica con acento suave, producto de su viaje a México desde Cabo de Hornos, en Chile.

Sutilmente, el reportaje —realizado en blanco y negro— relata y retrata, en forma de juego de espejos, la convivencia de cuatro generaciones: desde una fotografía apacible en la que un nieto forma casi un solo ser con su abuela, hasta la de Juan, hijo de Juan, quien, arrodillándose, nos enseña las consecuencias de perseguir el sueño estadounidense, caminado con un coyote.

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San Francisco, pueblo involucrado y, no obstante, independiente de la historia chiapaneca. Nació del agrupamiento de 10 familias, en plena jungla, en los años 40. Nos dice Romuald: “Rechazaron la tutela de los latifundistas y se fueron en búsqueda de una tierra libre en el foco de la selva. Por eso, según yo, representan una forma de utopía cumplida, aún en pleno desarrollo entre la dureza de la naturaleza y los retos de la modernidad”.

Realidad a veces poética, según unos, gracia tierna, según otros, el fotógrafo fija unas luces efímeras en las que queda atrapado algo. Un gesto, tal vez. Una personalidad. Por cierto, nada mirón, el galo maneja el fuera de foco en la época del dominio de la nitidez absoluta.

Por disparar indistintamente en analógico y digital, invita al observador a viajar a través de sus imágenes; reconoce influencias de “unos que son tantos”, desde el italiano Paolo Pellegrin hasta inglés Emil Otto Hoppé, con un guiño a los Casasola. O sea, un siglo y cacho de cámara oscura.

Chiapas. No se esperaba que un paisano de Francia —esto sin malinchismo ninguno— sea el que llegara a conseguirnos el recuerdo de las comunidades que ayer visitábamos. Al foco del Edén. La selva en foco.

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