Lucy (Dir. Luc Besson)

 

Jean-Luc Godard decía que lo único que se necesitaba para hacer una película era una mujer y una pistola. El francés Luc Besson ha basado prácticamente toda su filmografía alrededor de esa máxima. Obseso por la mujer como centro del universo, el cine de Besson gira insistentemente alrededor de personajes femeninos rudos, combatientes, poderosos, protagónicos, que jamás se dejan vencer. Ya sea como asesina a sueldo (La Femme Nikita, 1990), niña precoz vuelta mercenaria (Léon, 1994), ser supremo que salvará al mundo (The Fifth Element, 1997) o como la mismísima Juana de Arco (The Messenger, 1999), la mujer para Besson es el inicio y fin de toda su existencia cinematográfica.

 

El mantra se repite en Lucy, décimo cuarto largometraje del americanizado director y que resulta, sin duda alguna, en su cinta más lograda y relevante desde El Quinto Elemento.

 

Lucy, una chica promedio es secuestrada a manos de un sádico capo (el mítico Sik Choi, de la imprescindible Oldboy) que la obligará a servir como mula transportando dentro de su cuerpo una nueva y poderosa droga llamada CPH14, que no puede sino remitirnos al famoso blue meth de Breaking Bad.

 

En el trayecto, el contenido dentro de su cuerpo se empieza a filtrar y la sobredosis de droga hace que la regular Lucy comience a tener habilidades superiores a las de un ser humano común. ¿Cómo es esto posible? Es aquí donde entra el truco más sucio pero indudablemente efectivo del filme: Morgan Freeman, en su papel de investigador nos explica, con su hipnótica voz, que los humanos apenas usamos el 10% de nuestros cerebros (un mito ya desmentido por la ciencia), por lo que, de elevarse ese porcentaje, podríamos hacer cosas extraordinarias como mover objetos a distancia, leer la mente de otros y más.

 

Indudablemente influido por la estética del cómic, Besson no hace de Lucy una superheroína, le resulta (y nos resulta) más interesante pensar en las implicaciones de la premisa inicial (por fantasiosa y científicamente burda que esta sea) para llevarlo hasta sus últimas consecuencias. En el mundo de Besson, alguien con poderes no decidiría ponerse una capa y mallas sino que trataría de ir por más poder a la vez que trata de entender y combatir el infierno interior, algo con lo que seguramente congeniaría Alan Moore (el creador de la novela gŕafica Watchmen).

 

Más que castear actores, Besson recolecta elementos: la voz de Morgan Freeman, la brutalidad de Sik Choi y la presencia de una Scarlett Johansson que a través de los años ha sabido masificar su imagen (Avengers, et al) demostrando a la vez que el glamour no está peleado con su habilidad como gran actriz. Los ejemplos ya sobran, desde su etapa de cine independiente (Lost in Translation, Coppola, 2013) hasta piezas recientes como Her (Jonze,2013), Don Jon (Gordon-Levitt, 2013) y Under the Skin (Glazer, 2013). Resulta lógico que Besson haya querido ser parte de la evolución de esta actriz mutada en presencia cinematográfica total. La película existe y es para Johansson, con ella todo, sin ella no habría nada.

 

Por inverosímil que pueda sonar la trama, es el compromiso y la seriedad de Scarlett las que la hacen plausible. La película va rápido, no se detiene, complace al público con escenas de acción bien hechas sin sacrificar su propia congruencia.

 

Barroca, por momentos desenfrenada, inteligentemente absurda pero siempre entretenida, el guión es un alud de referencias a descubrir: aquí convive el cine de Cameron, Cronenberg, Kubrick, Malick, los Wachowsky y ya con un poco de ganas, hasta el de William Friedkin.

 

Ojalá y todas las películas de acción veraniegas usaran al 100% su cerebro, tal y como lo hacen Luc Besson y Lucy, una suerte de Quinto Elemento cyberpunk para el nuevo milenio.

 

Lucy (Dir. Luc Besson)

3.5 de 5 estrellas.