La decepción es uno de los estados de ánimo proclives a detonar el rechazo. ¿Los brasileños en contra del Mundial de futbol? El estelar presidente Luiz Inácio Lula catalizó la decepción. Corrupción alrededor del icono sindical que viajó a través del Partido del Trabajo a la máxima posición política se enredó como en su momento lo hizo Tony Blair por otros motivos. El hombre que se reconvirtió al pragmatismo desde el gobierno, cayó en el despeñadero a través del Juicio del Siglo. Gente cercana a él implicada en corrupción. Su presidente del partido, el publicista que le hizo campañas, diputados y un largo etcétera sumergidos en la corrupción.

 

La producción marginal de eventos globales requiere de una organización óptima, con resultados y sin corrupción de por medio. La ausencia de Dilma Rousseff en la ruta crítica de los proyectos de infraestructura detonó la corrupción. Dos, tres o cuatro veces más resultó ser el costo de algunos de los estadios y de terminales aéreas. Rousseff no será reelegida en octubre porque durante un mes militarizará la fiesta de futbol. Lo que no ha podido solucionar a través de acuerdos lo hará a través del ejército.

 

Los rendimientos decrecientes de Brasil ya no le alcanzan para tener un Mundial de futbol modélico, y sobre todo, la organización de las Olimpiadas entrará en zona de riesgo el primer minuto posterior a la culminación del Mundial.

 

El entorno brasileño le cobra factura al amuleto del futbol.

 

Pelé se convirtió en una especie de amuleto después de la victoria de Brasil en el Mundial México 1970. Con tan sólo mencionar su nombre, a los políticos brasileños les abrían las puertas del entendimiento político en cualquier parte del mundo. Pelé fue el primer jugador que se globalizó; se convirtió en un rostro omnipresente.

 

Pelé y su tribu lograron transferirle a Brasil un rasgo toral dentro del exitoso posicionamiento (de marketing) que tiene el país: el futbol. Junto a él gravitan las playas, la samba y las mujeres. Años después nacieron dos figuras que también comenzaron a gravitar sobre el planeta Brasil: el corredor de autos F-1, Ayrton Senna, y Lula, el presidente con un storytelling de esfuerzo ejemplar.

 

Desde la época de Mussolini sabemos que los héroes deportivos se convierten, de facto, en embajadores de la emoción. También conocemos que la ecuación de la alegría se articula desde la fórmula manipulación= emoción + nacionalismo. De ella se deriva la posibilidad de toparse con emoción= nacionalismo – manipulación. Esta posibilidad puede ocurrir en sociedades racionales como la alemana. En la mexicana, los políticos programados por la retórica utilizaron a la televisión como la fábrica óptima para elaborar nacionalismo deportivo.

 

La proclividad de los regímenes dictatoriales por utilizar al deporte como droga manipuladora  es incuestionable. Pensemos en Getulio Vargas, personaje que pasó a la historia como el presidente brasileño que logró la cohesión territorial de lo que hoy podemos definir como un continente dentro del continente americano. En alguna ocasión se dirigió a un grupo de deportistas de su país para recordarles que tenían que seguir el ejemplo del pueblo italiano que, gracias al fascismo, vieron crecer su sentido de unidad, y sobre todo, lo reflejaban en los estadios deportivos. La bandera como referente de convergencia de pasiones, y al mismo tiempo, droga que facilita la justificación de guerras. Vargas fortaleció el nacionalismo a través del futbol. A través de él pidió a los jugadores y aficionados “disciplina y sacrificio”.

 

Pero los Mundiales de futbol dejaron de ser una confrontación no bélica entre banderas; pasó a ser el espectáculo de las grandes masas. Y junto a él, la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) ha ido acumulando poderes supranacionales.

 

Así, los años se han encargado de derribar el paradigma Pelé; hoy se consume a fuego lento entre huelgas, batallas campales de indígenas con policías e imposiciones supranacionales de la FIFA.

 

Con un suceso podemos encontrar el punto de inflexión del paradigma Pelé. Algo le sucedió a Pelé para que su voz derramara indolencia respecto a la muerte de dos obreros que se encontraban trabajando en la construcción de un estadio dos meses atrás. Es algo normal, dijo el astro del espectáculo deportivo. Palabras-pólvora en medio de una sequía económica.

 

La crisis de Brasil se reduce a la metáfora Neymar, millonario sin haber alcanzado títulos; figura aportando poco futbol al Barcelona. Oxímoron del balón.