¿Un Parlamento supranacional? Imaginemos que la Alianza del Pacífico se convirtiera en un modelo similar al de la Unión Europea. Colombia, Chile, Perú y México tendrían un Parlamento, una Comisión, un Banco Central y un Tribunal, entre otras instituciones comunes.

 

El peso mexicano dejaría de existir; los parlamentarios del Congreso aliancista del Pacífico articularían leyes aplicables por igual en los cuatro países; la Comisión de la Alianza emitiría directivas a cumplir por las cuatro poblaciones, y un Banco Central dictaría la política monetaria.

 

Al día siguiente habría más de un niño héroe lanzándose desde la montaña rusa del bosque de Chapultepec. El oligopolio partidista (PRI-PAN-PRD-satélites) entraría en un proceso paranoico por la “rivalidad” que les representarían instituciones políticas supranacionales. ¿Candidatos colombianos en México? ¿Comisarios peruanos definiendo la política de telecomunicaciones en la región, prohibiendo la estructura actual que prevalece en sectores como los de la televisión abierta, telefonía y energéticos? ¿Un presidente chileno del Banco Central de la Alianza del Pacífico tomando las funciones de don Agustín Carstens?

 

Desde México las elecciones europeas son incomprensibles porque nuestro país no comparte soberanía con ningún otro país gracias a los berrinches de nuestros héroes transmodernos, los burócratas. En ella, es decir, en la soberanía, se observa un ente que oxigena al “patrioterismo” que oferta, por ejemplo, la selección de futbol durante el Mundial, el tequila, el mariachi y el repudio a programas como Iniciativa Mérida, entre un interminable etcétera.

 

La pedagogía posrevolucionaria mexicana se mantiene intacta. Cien años han pasado y la Hora Nacional poco ha cambiado. La costumbre derivó en hábito. Todos los domingos a las 10 de la noche el llamado a misa nacionalista se convirtió en la metáfora del péndulo nacional que viaja desde los hipnotizadores libros de texto hasta los tóxicos programas de televisión como Siempre en Domingo en el que un niño héroe viajaba por la hermosa República mexicana para demostrar los rasgos populares de cada una de las regiones. El hábito derivó en promoción a la carta; estelar programación diseñada en las rodillas de los gobernadores que estaban dispuestos a pagar una fortuna con tal de recibir algunas menciones del profeta con micrófono.

 

Entre el 22 y 25 de mayo, ciudadanos de 28 países europeos elegirán a 751 europarlamentarios. La distribución de los mismos se sustenta con base a la proporcionalidad degresiva, es decir, los países con mayor población tienen más escaños que los países menos poblados, pero éstos últimos tienen más escaños de los que derivarían de la proporcionalidad estrictamente matemática.

 

Por primera ocasión los europeos elegirán al presidente de la Comisión Europea. Por fin. Se va Barroso, el anfitrión de los protagonistas de la triste fotografía de las Azores y llegará, muy probablemente, Jean-Claude Juncker (candidato del Partido Popular Europeo) o Martin Schulz (Partido Socialista Europeo).

 

La crisis del euro y la omnipresencia de Angela Merkel en el diseño de las políticas de déficit y gasto públicos, así como en las políticas de salvamento (Grecia, Portugal, Irlanda y España) serán calificadas por los ciudadanos. Una especie de “venganza” ocurrirá en dos velocidades: abstención y voto por partidos antieuropeístas.

 

Gran Bretaña es un ejemplo representativo sobre la influencia que tendrán sus problemas domésticos durante las elecciones europeas.

 

El ascenso del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), en cuyos genes ideológicos se encuentra el doble desprecio por los inmigrantes y por la Unión Europea, ha arrinconado al premier David Cameron para lanzar una promesa aterradora: organizar un referéndum para sacar o no a Gran Bretaña del club comunitario siempre y cuando los británicos lo reelijan en 2015. La oferta no es ociosa: la intención de voto coloca al UKIP en primerísimo lugar con el 29% de los votos, por arriba de los laboristas de Ed Miliband, y el 23% de los conservadores de Cameron. En el Parlamento de Estrasburgo, el UKIP ya cuenta con 13 eurodiputados; no es necesario proyectar un enorme incremento durante las próximas elecciones europeas.

 

La soberanía es una palabra polisémica; cederla a costa de lograr la paz o de participar en el fenómeno de la transcultura, es el nivel óptimo en tiempos globales. El problema surge cuando se le interpreta como una especie de ADN político que sirve únicamente para estandarizar los llamados sentimientos por la nación.