Durante la campaña de López Portillo en 1976, una imagen llamó poderosamente la atención: niños cargando niños, el desbordamiento poblacional echeverrista. Desde entonces, el Estado asumió con altibajos la conducción de la política poblacional.

 

Detrás de la polémica distractora sobre las afirmaciones de la secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles Berlanga, se encuentra justamente el tema de la política poblacional como política de Estado: de nueva cuenta niños cargando niños, el descuido de gobiernos anteriores para limitar la demografía con estrategias claras y la certeza de que ningún gasto público será suficiente para atender la marginación de la sobrepoblación.

 

De la mitad de los setentas a la fecha, la población mexicana se ha duplicado, pasando de 50 millones a 112 millones. Y la tendencia adelanta que hacia el 2030 habrá 150 millones de habitantes, pero siempre con la misma política de desarrollo ya insuficiente para atender a tantos.

 

El tema demográfico es alarmante. El modelo de desarrollo actual, antes de las reformas estructurales, señala que su capacidad de generación de bienestar alcanza a cubrir a menos del 50% de los mexicanos. Y que por las aberraciones de ese mismo modelo, el INEGI reconoce la existencia de un 60% de economía informal.

 

De ahí la percepción de que si no existe una política poblacional eficaz y una nueva política de desarrollo nacional, las posibilidades de marginación serán mayores a las de la mitad de los mexicanos en pobreza y la política social tampoco alcanzará siquiera para paliar la pérdida de bienestar.

 

Las declaraciones de Robles Berlanga adelantaron el escenario de crisis: si la política social no se articula a una política poblacional del Estado, las perspectivas de marginación serán graves. Es la hora de que el Estado reconozca que con el actual modelo de desarrollo y la pérdida de hegemonía del Estado sobre la política poblacional no garantizan el bienestar y que los programas tendrán que atender sólo a las familias viables.

 

El asunto es general. Las secretarías de Salud y Educación han descuidado la atención de comunidades marginadas, lo que se percibe justamente en las escenas de niños cargando niños. Y peor aún, la propia secretaria Robles Berlanga reveló que en las zonas campesinas e indígenas ha vuelto a aumentar la tasa de natalidad, sin que los fondos para los programas sociales puedan aumentar al mismo ritmo.

 

En este sentido, Robles Berlanga prendió los focos de alarma sobre la inelasticidad de los programas sociales y más en una situación de crisis fiscal de las finanzas públicas. Si no hay una política efectiva de natalidad, el Estado no podrá cubrir el bienestar de millones de mexicanos que lo necesitan.

 

Ahí es donde el poder legislativo debiera realizar audiencias, no darle velocidad a los resentimientos perredistas. El problema de la marginación en zonas indígenas no es producto de visiones presuntamente racistas de algunos funcionarios, sino del modelo de desarrollo. El Estado apenas ha recomenzado a replantear los programas asistencialistas, luego del abandono en los sexenios neoliberales de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox y Felipe Calderón.

 

La cobija asistencialista es como la piel de zapa balzaciana en el presupuesto público: cumple deseos pero se achica con cada uno de ellos. Robles Berlanga puso el dedo en la llaga: o se atiende la natalidad como política de Estado o el Estado tendrá que aumentar más rápidamente los ingresos; si no, entonces el riesgo es alto: que aumente el porcentaje de marginación por los resentimientos perredistas sin que los partidos o legisladores se preocupen realmente por ellos.