Un recorrido por el palmarés de la Copa del Rey permite notar una reciente evolución: que hasta antes del insaciable Barcelona de Pep Guardiola que lo ganó todo, pasaron diez largos años sin que alguno de los grandes conquistara el certamen.

 

Desentendidos o relajados Madrid y Barça, este título se había convertido en consuelo de quienes no tenían en su presupuesto y posibilidades acceder a otra gloria y concedían más seriedad a la copa. Ganaron el certamen de Su Majestad, Valencia, Espanyol, Zaragoza, La Coruña, Mallorca, Zaragoza, Betis, Sevilla, al tiempo que en ese período Real Madrid perdió un par de finales (la más dolorosa, nada menos que en el día de festejo de su centenario) y el Barça ni siquiera llegó a la antesala de la corona.

 

Que el memorable cuadro merengue de los galácticos (Zidane, Figo, Raúl, Ronaldo, Roberto Carlos) no haya conseguido en ninguna temporada liga y Champions, dice mucho de lo que han cambiado las épocas en tan pocos años: hoy se compite por todo y se persigue todo, hay menor indulgencia.

 

Antes bastaba con coronarse en la liga para rubricar un gran año; ahora se exigen más los grandes y todo lo que no se traduzca en un trofeo, es visto como fracaso a cuestas.

 

¿Qué sucederá con Gerardo Martino si gana para los blaugranas la copa de este miércoles? Muy posiblemente lo mismo que si la pierde: el despido. Una copa alcanza para una noche de festejos, mas no basta para quedarse; es más lo que condena perderla que lo que adorna ganarla.

 

En la clasificación por relevancia de los títulos, es superada por Liga de Campeones y liga, aunque eso no implica que se le busque con menor intensidad.

 

Tras tantos años de bipolio Madrid-Barcelona, poco pensado era que llegaríamos a mediados de abril de este 2014, con los dos tiburones buscando maquillar su impotencia liguera con la consecución de la Copa del Rey. Todo puede acontecer todavía, pero sería ya muy raro que el Atlético tuviera dos tropezones y cediera la liga, lo que multiplica la ansiedad de los gigantes por dar la vuelta olímpica en esta final.

 

Para todo efecto podría asegurarse que el Madrid llega mejor, que juega mejor, que cuenta con un plantel mejor… Para todo menos para lo que alude a los últimos enfrentamientos con el acérrimo rival. Sea por arbitrajes desastrosos o por pánico escénico en momentos claves, pero los blancos perdieron los últimos dos clásicos. Peor aún, dieron en ellos sensaciones muy diferentes a las de poderío que suelen mostrar contra otros conjuntos.

 

La relación merengue-blaugrana es de origen alebrestada, que de otra forma de un clásico no se trataría. Sin embargo, las secuelas de mourinhismo siguen ahí; en las ansiedades, en las suspicacias, en los victimismos, en los teatros, en las fobias, en el “me daría vergüenza ganar así” y el dedo al ojo, en la intensidad misma.

 

Este miércoles hay final y hay clásico. Mezcla perfecta. La copa, esa dama despreciada por tanto tiempo y que era consuelo de humildes, es hoy consuelo de los dos grandes.

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