La experiencia de ver una película en una sala, donde los espectadores son parte de un acto colectivo – que de alguna forma está diseñada para ser personal, pero que no lo logra – desemboca en una pantalla que resalta en medio de la oscuridad. No podemos ser ajenos a las emociones que experimentan en las butacas vecinas. Lo anterior lo pude comprobar en la proyección dentro de un cineclub de la película Enter the void, de Gaspar Noé. Heredero del nuevo extremismo francés: una corriente que agrupa a directores que muestran el cuerpo humano en cualquier modalidad posible de abuso y mutilación (Bruno Dumont, Claire Denis, los mexicanos Amat Escalante y Carlos Reygadas, entre otros). No pasaron ni diez minutos cuando salió de la sala el primer grupo de cinco personas, y así conforme pasaba la película y se hacían presentes escenas crudas y fuertes, la gente simplemente llegaba al tope de lo que podemos llamar “soportable”. Lo mismo pasó con Heli y la escena sin elipsis, donde los testículos arden en llamas.

Estos directores subrayan su carácter de espectáculo al hacer que otros personajes sean testigos de la tortura, convirtiendo al espectador es un testigo que bien puede disfrutar este tipo de cine – en lo personal mis directores favoritos están enmarcados en este rubro: Michael Haneke, Gaspar Noé, David Cronenberg, entre otros-, o puede protestar, sentirse ofendido y simplemente salir de la sala ante tales provocaciones. Este tipo de cine da lugar a un debate sobre el “derecho” de un director a extender el castigo a sus espectadores, obligándolos a mirar. Esto es cine, y el cine pude provocar sensaciones extremas; siempre y cuando los fines y el argumento narrativo lo justifiquen.

En marzo del 2012 en el Festival de cine South bySouthwest, durante la proyección de Los chidos, una docena de personas acabó por salirse de la sala. Algunos medios señalan que esto se debió a la secuencia en que un bebé es sacrificado en un matadero para convertirse en la carne para los tacos que la familia Gonzalez devora de tal manera que el espectador logra sentir asco. La secuencia duró apenas unos segundos, y cuando pude ver el filme, me percate inmediatamente que se trataba de utilería de la más barata. No por eso quiero decir que la escena carezca de fuerza transgresora, más bien es una forma de reflexionar hasta qué punto es fácil irritar al público. Porque si se trata de mostrar actos grotescos, tenemos a la prensa nacional que lo haría bastante bien; pero si se trata de componer una crítica ácida e irreverente alrededor de este tipo de escenas, estamos ante una película “chida” y todo lo que este término tan nuestro significa.

Omar Rodríguez López hace suya la cámara y dirige una fábula satírica e irritante sobre el machismo en Latinoamérica y las relaciones de poder. En algún punto de México, la familia Gonzalez es dueña del puesto de llantas “Los chidos”, ubicado en un espacio privilegiado por el que circula una gran cantidad de automovilistas. Los González, no obstante, parecen estár poco interesados en su negocio, pues gastan sus días sentados ante la pantalla del televisor, comiendo tacos compulsivamente. La llegada de un extranjero cambia la predecible rutina de la familia.

Cuando un cliente estadounidense llega a la vulcanizadora, la vida de todos toma un giro inesperado y la cinta se convierte en una comedia absurda, surrealista, erótica y por momentos transgresora. Las actuaciones transmiten una sensación de asco, asco que se ocupa a propósito para poder hacer partícipe al espectador de una manera casi surrealista al estilo Jodorowsky. Estos factores sirvieron para que Rodríguez López hiciera una fábula caricaturesca y acida sobre uno de los problemas más grande de América Latina. Es posible que Los chidos no sea una película para todos, pero comprobamos que causa una reacción casi inmediata, la cual da pie a una discusión sobre los temas. Esa discusión que tanta falta nos hace como cultura, y que el slogan de Los chidos resalta “El que no critica a su cultura, no ama a su madre.”

De igual manera solo los mexicanos y los latinos podemos reírnos a la par de algo tan ácido. En otras culturas como la estadounidense siempre les costará trabajo asimilar una burla a su propia cultura, que es tan pequeña comparada con la de México. Y por eso son tan genial Los chidos, porque si de algo sabemos reírnos en nuestra cultura, es de nosotros mismos.

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