El entonces presidente Aznar hizo la apuesta más difícil de sus dos gobiernos 72 horas antes de las elecciones generales de 2004: tratar de encubrir el nombre de la agrupación terrorista que organizó los atentados del 11-M.

 

Ana Palacio, ministra de Exteriores, recibió varias llamadas telefónicas del presidente para equilibrar la balanza que, desde Londres, un grupo afín a Al Qaeda había desequilibrado al reivindicarse la autoría de los 191 muertos y casi dos mil heridos. Ana Palacio recibió la orden de llamar a todos los embajadores para obligarlos a transmitir al mundo entero que ETA había sido el autor de los atentados. Nadie más. Esto ocurrió durante las 48 horas posteriores a los atentados.

 

Lo mismo les dijo Aznar a Pedro J Ramírez (El Mundo), Jesús Ceberio (El País), José Antonio Zarzalejos (ABC), entre otros, vía telefónica hacia la una de la tarde del 11-M. De ahí que las ediciones especiales tuvieran como foco central a ETA como el autor de los atentados.

 

La noche del 13 de marzo, es decir, 48 horas después de los atentados, España experimentó la fuerza de la globalización de las comunicaciones. CNN y varios periódicos británicos derrumbaron la hipótesis etarra. Miles de ciudadanos madrileños cercaron la sede del PP para exigir que no mintiera el presidente Aznar.

 

El día siguiente fue el fatídico en la historia de Aznar. Su estrategia de encubrimiento de la información voló por los aires. La semiótica de aquella foto de las Azores en la que aparece Aznar junto a Bush y Blair se convirtió en un parteaguas en la vida, no sólo de Aznar, también de Blair. Ambos personajes viajan por el mundo entero para dar conferencias, sin embrago, su credibilidad es inexistente.

 

El ascenso de José Luis Rodríguez Zapatero al poder nunca pudo ser asimilado por los grupúsculos de ultraderecha que coopta el Partido Popular. Aznar no se podía quedar con los brazos cruzados. De ahí que su estrategia mediática consistió en reunirse con Federico Jiménez Losantos (conductor de un noticiero matutino en la cadena COPE) y Pedro J Ramírez, entre otros, para explicarles la hipótesis de una supuesta conspiración entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y ETA para descarrilar el fácil triunfo de Rajoy en contra de Zapatero.

 

Diez años después, Federico Jiménez Losantos (ahora conductor del noticiero en EsRadio) insiste en que hubo una conspiración para derrocar a los del Partido Popular; asegura que hubo una pista falsa (una mochila cargada de explosivos que no estalló) que contribuyó a identificar el local donde los terroristas compraron tarjetas telefónicas para activar los contemporizadores de los explosivos; que el tipo de explosivo que utilizaron los terroristas el 11-M es el que utiliza ETA cuando en realidad los peritos demostraron lo contrario; que el suicidio de siete terroristas, que prepararon el 11-M, ocurrido en Leganés el 3 de abril de 2004 fue un montaje.

 

La ausencia de ética en periodistas como Federico Jiménez Losantos es abrumadora. Pedro J Ramírez publicó una entrevista en El Mundo (en septiembre de 2006) con un ex trabajador minero que se robó la dinamita para supuestamente vendérsela a ETA. Años después confesó que recibió dinero para “distraer y generar confusión” a través de la entrevista. “Mientras El Mundo pague, les cuento la Guerra Civil” (El País, 10 de marzo de 2014).

 

Losantos llegó a utilizar la pista de un matacucarachas (ácido bórico) para vincular a etarras con yihadistas.

 

Uno de los rasgos que vehiculiza el comportamiento de Aznar es la venganza. Nunca ha soportado las críticas hacia su persona. Difícil berrinche para quienes deciden llegar a la cima del poder. En su momento Aznar se vengó de Jesús de Polanco, quien ocupaba la presidencia de los grupos Prisa (El País) y Timón (Alfaguara), por su desbordado apoyo a Felipe González (enemigo pero alter ego).

 

La derrota del PP el 14 de marzo de 2004 no la ha logrado asimilar Aznar. Sabe que en arquitectura perversa él tuvo mucho que ver. Cubrir información en el siglo XXI da risa. Aznar lo hizo.

 

Ahora, como le sucede a Blair, su figura genera desconfianza. En México, algunos personajes ignorantes contratan a Aznar para que comparta sus fórmulas de estadista. Nunca hablará de lo que conversó con Federico Jiménez Losantos ni con Pedro J Ramírez. Tampoco confesará las razones por las que trató de encubrir el nombre de la célula que activó los explosivos el 11-M. Lo único que dirá es que no se equivocó en apoyar la invasión a Irak. Dirá que él era un líder porque fumaba puros en el rancho de Bush, y algo más, la confianza entre ambos le permitía subir sus pies sobre el escritorio del presidente de Estados Unidos que hoy se dedica a pintar mascotas en su taller.