La ensalzada democracia directa helvética se ha convertido en un arma de doble filo para Suiza, que se halla acorralada en medio de una Europa enojada por la ajustada votación en la que sus ciudadanos decidieron poner coto a la entrada de trabajadores comunitarios en su territorio.

 

Con las negociaciones con la Unión Europa (UE) sobre la libre circulación de personas en marcha, la voluntad del pueblo dejó al gobierno suizo sin mucho margen de maniobra y este fin de semana se vio obligado a suspender la ampliación de ese acuerdo a Croacia, último país en incorporarse a la UE.

 

“No podemos aprobar el protocolo en su forma actual porque contradice el deseo expresado por los suizos”, explicaba el sábado la ministra suiza de Justicia, Simonetta Sommaruga, en una conversación telefónica con la responsable croata de Exteriores, Vesna Pusic.

 

La reacción comunitaria no se hizo esperar y el lunes Bruselas anunció que cortaba a Suiza el grifo de fondos para la investigación y la formación, al congelar las negociaciones para incluir al país en los programas “Horizonte 2020” y Erasmus+, del que se beneficiaron 2,600 estudiantes suizos en el curso 2011-2012.

 

La decisión implica en la práctica la exclusión de los suizos de la investigación de alto nivel, al no poder competir junto con el resto de Europa. “Es como si a los esquiadores suizos les decimos, esquíen muy bien pero no podrán ir a los Juegos Olímpicos”, se queja el rector de la Universidad de Lausana, Dominique Arlettaz.

 

“El sistema de investigación y formación se basa en la movilidad y la libre circulación. Los estudiantes e investigadores han viajado siempre de una universidad a otra. Es así como se crea el saber”, lamenta Arlettaz, que es también vicepresidente de la Confederación de rectores de universidades suizas.

 

Hasta llegar a este impasse, los investigadores suizos han recibido unos fondos comunitarios por encima de lo que aportaba su gobierno, con un saldo a su favor que alcanzó los 20 millones de francos en el periodo de 2003-2006.

 

Desde Bruselas ayer también amenazaban con excluir a Suiza del nuevo programa “Europa Creativa”, de ayudas al sector cultural.

 

Sin embargo, los problemas para Suiza no acaban aquí. Su relación con la UE se regula mediante un paquete de acuerdos bilaterales vinculados jurídicamente, lo que significa que si uno cae, como es el caso de la libre circulación, el conjunto caduca en virtud de la denominada “cláusula guillotina”.

 

El principal temor en Suiza es que la UE corte con la guillotina el convenio que permite la inversión sin trabas de empresas suizas en los países comunitarios y viceversa.

 

Dar carpetazo a este pacto tendrá un impacto directo en el mercado laboral helvético, con una población activa de 4.85 millones de personas, de los que 1.44 son extranjeros -un 85% de éstos de la Europa comunitaria-.

 

La incertidumbre sobre el estado de las relaciones con Europa desincentivará la inversión exterior en Suiza, donde se pondrán en riesgo 80 mil empleos, la mitad de ellos en los próximos tres años, según un análisis del banco Credit Suisse.

 

Coincide en el pronóstico la Unión Sindical Suiza, que también alerta de las “consecuencias desastrosas” para el empleo en el sector exportador si la UE impone aranceles, ya que Europa es el principal socio comercial de Suiza, destino del 56 % de sus ventas en el exterior.

 

Entre tanta tensión, el presidente de la Confederación Helvética, Didier Burkhalter, tiene la tarea de calmar la crispación entre sus vecinos europeos, en sendas reuniones mantenidas ayer en Berlín con la canciller Angela Merkel y hoy en París con el ministro francés de Exteriores, Laurent Fabious.