Recurrí a un viejo tópico convertido en canto de tribuna, al hacer una pregunta a Miguel Herrera aquí en Nueva Zelanda. Los jugadores habían terminado de comer y uno a uno subían de vuelta a las habitaciones, al tiempo que el seleccionador lucía –pero no lo decía– cansado quizá de tanto avión y tantas horas de diferencia.

               -Y entonces, Miguel, el miércoles estamos listos para gritar “Nos vamos al Mundial”…

 

No endureció el semblante porque parece tener varios meses sin hacerlo (o, no al menos fuera de la cancha, que ahí dentro, de rutina, sí lo endurece, tuerce y deforma a proporciones caricaturescas). Tampoco contestó, contrario a su costumbre, de inmediato. Empezó por mover la cabeza a manera de negación y entonces sí lanzó las palabras cual tirabuzón:

 

-Gritar no… No podemos gritar… Ni festejar… No estamos para festejar. Cumpliremos una meta, eso sí, y a eso nos comprometimos… Pero nuestro futbol tiene que analizar todo lo que hizo mal en el año. Fueron muchas circunstancias, cosas que se dieron así… Pero no festejar.

 

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