Édgar Anaya (1967) lleva casi toda su vida caminando la Ciudad de México en busca de los lugares más asombrosos de la Neo Tenochtitlán, aquellos que 99.99% de los habitantes no se permite ver por su método aburrido y monótono de ir por las calles, usando siempre un solo camino en lugar de explorar las otras 99 opciones. Al salir de la escuela de periodismo buscó hacer realidad su sueño: escribir para la revista México Desconocido sobre los sitios más extraños de la metrópoli. Lo logró. Con el paso de los años ahora ya se ha desencantado de esta publicación que, dice, “ha perdido calidad”. Pero continúa ese caminar las calles y barrios acompañado de su cámara fotográfica y curiosidad.

 

Sus ojos claros se clavan en el ejemplar de 24 HORAS para ver si acepta o no la entrevista; porque hay periódicos que dejan mucho que desear, agrega para justificar su desconfianza; “por ejemplo, nunca le daré una entrevista a Televisa o TV Azteca”. Bien, que comience la entrevista. El lugar es un restaurante con decoración similar a los que salen en la película Vaselina con insistentes meseros que buscan vender a toda costa malteadas y hamburguesas. “¿Por qué recorro la Ciudad de México? Desde niño mis padres me enseñaron a conocerla. Lo hago para disfrutar porque quiero bañarme en las aguas termales del Peñón, ir a un buen temazcal, ver la vista desde la Torre Mayor, disfrutar el nuevo restaurante”.

 

Su libro se llama Ciudad de México. Ciudad desconocida y contiene una selección de 100 atractivos turísticos y culturales, aunque agrega que se quedaron fuera alrededor de 50 sitios que ya no serán publicados, ya que una segunda parte no causaría la misma impresión. Empezó a realizarlo desde 2006, aunque desde 1993 comenzó a formarse poco a poco hasta que llegó el momento de preguntarse quién lo iba a editar. “Nadie me ayudó, es una obra que publiqué con mis propios recursos, ahorros y préstamos”. Juan Villoro le dijo que si no se lo dejaba a una editorial iba a ser casi imposible que se lo publicaran. Las empresas editoriales se lo ofrecían pero sólo si les cedía los derechos de autor; tres secretarios de Turismo del DF le dieron largas hasta cansarlo de tantas vueltas y “un gato que trabajaba en la Asamblea Legislativa para el entonces senador René Arce”, le prometió que ellos lo editaban pero sólo “si ponía como coautor a René Arce; eso le va a dar prestigio al senador”. Por supuesto los mandó al diablo.

 

“Ahora me da mucho gusto no haber aceptado ninguna de esas propuestas porque puedo mostrar mi libro libre de los sellos del gobierno o las editoriales, pero no fue fácil, hubo momentos en que pensé que no tenía sentido mi trabajo. Me endeudé para publicarlo”, comenta con una risa de satisfacción el cronista más interesante que tiene ahora la Ciudad de México. Fue hasta hace poco que sintió “que la Revolución Mexicana me había hecho justicia”: estaba en un auditorio lleno de periodistas, intelectuales, políticos, empresarios y público en general que acudían a la presentación de mi libro. Después de tantos años de fuerte trabajo en el anonimato, tocando puertas para ofrecer un trabajo de calidad que todos querían robárselo o colgárselo en el medallero de las cosas exóticas compradas con dinero y no con el sudor del esfuerzo.

 

Considera que el chilango promedio sólo cree que el Distrito Federal tiene cuatro atractivos: el Zócalo, Chapultepec, La Villa y Xochimilco. También opina que la Ciudad de México es infinita, “tan grande que todos los que vivimos en ella vamos a morir sin haberla conocido en su totalidad; esta urbe es un alebrije que cambia de formas todo el tiempo: la de hoy no es la misma de hace 40 años ni la que será en el 2021”. Sólo la zona conurbada de Tokio le gana al DeEfe en riqueza; es un monstruo, son muchas ciudades en una misma. Pregunta: ¿Cómo puede haber un lugar simbólico, representativo de la ciudad si en nada se parecen Chimalhuacán con Ciudad Satélite o Iztacalco con Huixquilucan o la Delegación Cuauhtémoc con la rural de Milpa Alta?

 

Su rostro afilado se clava en el último trozo de su hamburguesa, signo silente de que la entrevista se ha terminado. Se levanta, despide y sale por una puerta de vidrio iluminada por luces de neón que proyectan su imagen sobre esa infinita ciudad de asfalto que tanto le obsesiona conocer; bajo su brazo lleva su libro sobre la Ciudad de México que ha agotado ya dos ediciones y que le enorgullece haberlo hecho sin el apoyo de políticos y editoriales chacales.