México, suele decirse, será el país de moda. Están las condiciones para convertirse en un referente económico mundial, para retomar el liderazgo latinoamericano, para meterse con pleno derecho entre las diez economías más grandes del planeta.

 

Hoy, según los rankings del pib mundial medidos por la Paridad del Poder Adquisitivo para 2012, está codeándose por esa décima plaza con Italia. La crisis europea le ha permitido adelantar posiciones; la economía mexicana ya supera a la española, empata con la italiana, mientras que la británica y la francesa ya no parecen tan lejanas. La desaceleración de Brasil, por otro lado, le ha permitido acercarse a esa gran potencia latinoamericana. México ya es un gigante, pero puede serlo más.

 

Tenemos a favor finanzas públicas sanas como resultado de una política de déficit cero, un bajo nivel de endeudamiento y una confortable estructura de deuda pública; de una política monetaria ortodoxa, férrea, que ha reducido la inflación a tasas bajas y controladas; y como consecuencia de lo anterior, de un peso estable, lo que a su vez ha disminuido la volatilidad de las tasas de interés, que se encuentran, gracias en gran medida a la colosal expansión monetaria global, en niveles extraordinariamente bajos, como nunca antes en la historia reciente de México.

 

Sin embargo, México crece poco. Y ha venido creciendo poco en los últimos años. No solamente crece poco sino que, a pesar de la euforia financiera que se vivió en los primeros meses del año, al margen de la tendencia de crecimiento que traía la economía y de los buenos augurios que manejaban tanto los analistas privados como el gobierno, el país atravesó un serio e inesperado bache durante los primeros seis meses. Por eso es crucial hacer bien las cosas. No son tiempos fáciles, el mundo es muy competitivo y, México, si quiere sobresalir y posicionarse como líder y referente mundial, no tiene tiempo para demorarse ni errar.