Suena a la fantasía de todo niño: escoger a los futbolistas de toda una nacionalidad que mejor te parecen, ponerlos en donde más idóneo te resulta, indicarles cómo y para dónde jugar, tener autoridad para cambiarlos o mantenerlos.

 

Muchos argumentarán que cualquier director técnico vive una situación más o menos parecida y que no es imprescindible dirigir a una selección. Sin embargo, quien trabaja en un club ha de adaptarse más bien a quienes estaban a su llegada y el seleccionador posee un universo de elección a otra escala (a cambio de eso, el segundo dispone de muchísimo menos tiempo para crear conjunto).

 

Y entonces leo que el DT de Argentina, ese privilegiado que ha de colocar en su formación a Messi, Agüero, Higuaín, Tévez, Pastore, ha declarado: “No disfruto siendo el técnico de la selección, es una gran responsabilidad el cargo que tengo, es más la presión que siento porque salgan las cosas bien, que lo otro”.

 

Y entonces recuerdo las agrias discusiones entre Luiz Felipe Scolari y la prensa de su país aun cuando Brasil había ganado con brillantez un partido. Y entonces contemplo el rostro desgastado y fastidiado de José Manuel de la Torre en numerosos momentos de este difícil 2013 tricolor.

 

Poquísimos directores técnicos han dejado en paz su cargo en selección alguna. Las relaciones se desgastan, lo peor de cada personalidad aflora, todo se convierte en tensión y resentimiento. Recordemos, por ejemplo, el semblante de Javier Aguirre cuanto tomó a la selección en sus dos etapas; recordemos cómo se le aplaudía cuanto decía; recordemos cómo se traducía en esperanza cada una de sus decisiones. Y recordemos cómo salió del cargo: su rabia, su conferencia de prensa con ojos tapados por una cachucha, su hartazgo. Ahora recordemos lo mismo, el antes y el después de cada seleccionador nacional, para encontrar algo parecido. Todos suelen salir de quicio e irse (despedidos o bajo renuncia) peleados con el mundo.

 

¿El puesto que implica mayor presión popular después de la Presidencia? Eso, que suena a demasiado, se dice en algunos países. En un tweet enviado el domingo, el historiador e intelectual Enrique Krauze suplicaba no se denomine México a la selección: “hay que separar el ánimo nacional del futbol, ganen o no”. Acaso por ahí vaya parte del problema; acaso por ello escale tanto la tensión; acaso por eso Sabella dice no disfrutar el dirigir a Argentina y sus colegas no pueden evitar que se note cuánto lo padecen.

 

Casi todos llegan al cargo por consenso –o algo cercano- y pronto van quedando solos, convertidos en blanco favorito de las críticas, perseguidos por la opinión pública, víctimas de sus terquedades y obsesiones, delirantes de persecución, atorados en coyunturas en las que ya no saben si toman una decisión para mostrar que el contexto no les afecta o si deciden a manera de conciliar y evitar mayores confrontaciones.

 

Este texto no es una defensa del Chepo de la Torre. Sólo podrá defenderse con resultados y con un desempeño diametralmente distinto al exhibido en los últimos meses; llegados a este punto, las palabras ya no le bastan como apología. Simplemente, pretendo calibrar lo que sucede en dicha posición.

 

Sobre los entrenadores dice Eduardo Galeano en su soberbio libro El futbol a sol y sombra: “los dirigentes y la hinchada no sólo le exigen la genialidad de Einstein y la sutileza de Freud, sino también la capacidad milagrera de la Virgen de Lourdes y el aguante de Gandhi”.

 

Acaso un poco de cada cosa, pero rematado siempre con aguante digno de Gandhi… Y pensar que tal puesto luce cual sueño o fantasía de todo niño.

 

 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.