Después de 13 días se ven a la cara. Aquel 20 de junio uno denunció al otro por desalojo. Jorge Luis Preciado, el acusador, se acercó a Francisco Domínguez, el acusado. Platicaron alrededor de 10 minutos, de frente, se decían, respondían y con ademanes asentían sus discursos.

 

El 20 de junio, jueves en la tarde, el senador Francisco Domínguez, llegó como tesorero a la Torre azul, desalojó al personal para tomar posesión de su nueva oficina, sin embargo ese puesto directivo no se lo dio su coordinador, Preciado Rodríguez, sino el grupo de corderistas al que pertenece. Ante el hecho, aquella tarde noche, Jorge Luis llamó a la Procuraduría General de Justicia del DF y presentó la denuncia de hechos. El acusado, Francisco Domínguez. El pleito panista tocaba instancias judiciales.

 

Ayer, durante la sesión de la Comisión Permanente, el coordinador blanquiazul estaba en su escaño; llega Domínguez y Preciado lo aborda hasta su lugar, se aprietan la mano.

 

Se notaban atentos uno al otro, aceptando versiones y propuestas; Francisco Domínguez habló mucho más y movió más las manos, mientras Jorge Luis aceptaba todo. La sesión transcurría y el tesorero seguía hablando, pero de repente pone fin al momento entre colegas. Junta el dedo índice y el pulgar y los rompe para finalizar con la mano moviéndose de izquierda a derecha. Era todo, no había más que hablar, al menos para el senador por Querétaro.

 

No pasaron ni dos minutos, cuando Ernesto Cordero, quien se encontraba en su lugar como presidente de la Mesa Directiva, desciende para dirigirse al solicitado Francisco Domínguez, aquel que tiene el poder del dinero de la bancada panista, aunque sólo sea en el papel reconocido por los senadores que dirige Cordero.

 

“Pancho, ven”, le dice Cordero a distancia; Domínguez Servién escucha y atiende. Se van juntos, pero Cordero no regresa, se va, como en las últimas sesiones.

 

Preciado Rodríguez se queda y se acerca al priista Manlio Fabio Beltrones, quien  charla con el panista José González Morfín, ambos diputados.

 

Preciado escucha atento y participa poco. Pasan unos minutos y parece que no hay más que hablar, pues los tres prefieren refugiarse en sus teléfonos celulares.

 

Preciado parece no tener qué ver en el móvil. Vuelve a subir la mirada pero sus compañeros de plática siguen con la vista en la pantalla táctil del teléfono.

 

Preciado decide apartarse, voltea una vez más esperando atención de los diputados, pero no hay respuesta. Jorge Luis habla por teléfono, cuelga y llama a su asistente, él sí lo atiende cien por ciento.