El salón del libro de París le dedica su evento a Barcelone, ville des prodiges; un nombre que oscila entre la metáfora y la polisemia. Reconocimiento explícito a Eduardo Mendoza por su obra maestra La ciudad de los prodigios. Metafórico nombre con sabor a venganza. En tiempos del tripartito, el desgobierno orquestado por Esquerra Republicana ungió a Pasqual Maragall para desgastar el remanente de la izquierda.

En 2007, la feria de libro de Frankfurt colocó alfombra roja a Cataluña pero recibió migajas del líder de Esquerra, Carod Rovira. El gobierno catalán marginó a los catalanes que escriben en español bajo la idea de que los monopolios étnicos son vigías de la patria. Juan Marsé y Eduardo Mendoza le hicieron un corte de mangas al tripartito. No viajaron a Alemania y a la feria de Frankfurt, los del tripartito, le arrancaron unas de las páginas más lúcidas de la literatura contemporánea. Ahora, El salón del libro de París tuvo el buen tino de eliminar cualquier interpretación semiótica al evento al dedicárselo no a Cataluña sino a Barcelona. (Lo cual no significa que marginen a Cataluña, por el contrario, uno de los objetivos de los organizadores del Salón del libro de París es “Presentar al gran público la literatura que se hace en Barcelona y especialmente la que se escribe en catalán”.) Acto seguido, los organizadores se postran hacia la figura toral de Eduardo Mendoza al bautizar al evento con el título de una de las obras barcelonesas más excelsas por la geografía literaria de una ciudad protagonizada por un no catalán que triunfa en la ciudad de los prodigios. Cuidado en colocar nombre y apellido reales al personaje, no es José Montilla.

 

Polisémico encuentro de una ciudad marcada por el franquismo, la transición y las Olimpiadas. Franco, dictador e ignorante, tuvo el disparate de prohibir el idioma catalán. Persiguió y humilló a quienes lo hablaban. De ahí que Carod Rovira tenga en sus venas veneno que le hizo reaccionar en el mismo sentido de Franco: prohibir que catalanes que escriben en español, viajaran a la feria del libro de Frankfurt.

 

La transición pasó por Barcelona. Cataluña fue uno de los protagonistas en lograr que el gobierno central respetara su autonomía: idioma, gobierno y ciudadanía. Las barricadas en el Ensanche durante la república se convirtieron en un poder semiótico perpetuo.

 

Y sobre la Olimpiada, se habla del hito arquitectónico con el que los barceloneses se reencontraron con el Mediterráneo gracias a la demolición de la zona industrial que se encargó de formar una cortina de acero entre la Barceloneta y Poblenou.

 

En efecto, dictadura, transición y olimpismo, tres órganos de un cuerpo vivo por sapiente con rasgos literarios: los grupos anárquicos, las barricadas, las huelgas, los pactos, la inclusión de los comunistas, la flecha en llamas que encendió el pebetero del estadio olímpico de Montjuic, su estética urbana trazada con reglas y su siempre mundo eufórico que únicamente ocurre los 23 de abril (día de sant Jordi, día de la rosa y el libro, día internacional del libro).

 

Entre los catalanes que escriben en español, se encuentran en París: Juan Goytisolo, Javier Calvo, Alicia Giménez y Berta Marsé, mientras que, entre los que escriben en catalán sobresalen Sebastià Alzamora, Jaume Cabré, Maite Carranza, Sergi Pàmies y Francesc Serés.

 

El viaje París-Barcelona con escala en libros representa una pausa en el recorrido locuaz que vive la capital de Cataluña: la crisis de los recortes en el gasto en el gobierno de Artur Mas;  la díada del pasado 11 de septiembre que representó un gimnasio ideológico masivo en el que millones de catalanes pidieron más distancia respecto al gobierno del presidente Mariano Rajoy (entre ellos, la proclama de independencia fue clara); la corrupción en el interior del partido Unión Democrática (socio de Convergencia que hoy es gobierno) a través del desvío de fondos europeos; la revelación de actos de espionaje a varios políticos, entre los que se encuentra la presidenta del Partido Popular (PP) en Cataluña, Alicia Sánchez-Camacho, entre otros acontecimientos.

 

La promoción del libro es la excepción de las tácticas de guerra comerciales; se trata de la supervivencia de la palabra escrita. Las amenazas de los distractores cotidianos son tan reales como el mundo de la ficción que atrapa a los geeks a través de las pantallas enredadas. Para los catalanes en general y barceloneses en particular, el 23 de abril es un seguro del libro. En ninguna parte del mundo la metáfora del libro y la rosa se tangibiliza en las calles. De las Ramblas a plaza Cataluña; de Paseo de Gracia de la Diagonal; de la librería Central a La casa del libro. Los trazos son tan urbanos como legibles. La fiesta de Sant Jordi rebasa a los mitos del dragón que acecha a una princesa, en 2013 las amenazas las conocen muy bien: los indignados; las editoriales que caen en la tentación de publicar dinero y no palabras, llámese Planeta, o aquellas que transitan en medio de la duda, como Anagrama, vendida al editor italiano Giangiacomo Feltrinelli (el propio Jorge Herralde me dijo, y con mucha razón, que su mejor estrategia publicitaria es su catálogo).

 

En efecto, el día de la rosa y el libro no tendría que acotarse al mandato del calendario festivo; tendría que revisar las razones por las cuales Amazon no ha tenido buena penetración en el mercado español. Los editores, generalmente tradicionales, no han podido encontrar la fórmula para renovar la industria. Por su parte, el gobierno de Mariano Rajoy, no ha ayudado. Por el contrario, ha dañado a la industria del libro electrónico al desincentivar la demanda a través de un severo impuesto superior al 20%.

 

Los incentivos, en época de crisis económica, rompen la burbuja del deseo. Son los que determinan las revoluciones de los hábitos.

 

Una sucursal de la tienda departamental del ocio, FNAC, se encuentra ubicada en la plaza Cataluña. El flujo de consumidores es similar al que tiene la tienda departamental tradicional (que se encuentra frente a la FNAC), El Corte Inglés. Miles de visitantes al día compran libros, teléfonos, videojuegos y discos, entre otros productos del ocio. La semiótica del consumo del ocio todavía resguarda los puntos tradicionales de venta. Quizá en cinco o 10 años Amazon le quite participación de mercado a FNAC; quizá Anagrama se dé cuenta que el 90% de sus lectores fieles tienen menos de 40 años de edad y que sus hábitos se encuentran hoy en plena revolución.

 

Por lo pronto, hoy inicia en París el tour de la lectura barcelonesa, y concluirá en una fiesta, la de Sant Jordi.