No son la política ni la economía las variables que permanecerán heridas después de las elecciones autonómicas de Cataluña del domingo. Es la cultura de la confrontación, que casi siempre deriva en odio, la que será potenciada por los resultados legales (con lectura ilegal por parte de la lista en la que se encuentra el actual presidente de Cataluña, Artur Mas).

 

El presidente de España, Mariano Rajoy, acusa a Artur Mas de esconder su desatención irresponsable de la economía autonómica. Por su parte, Mas acusa a Rajoy por esconder su desatención irresponsable de la política hacia la comunidad que preside, la catalana. Los dos tienen razón. De ahí el choque de trenes que veremos el domingo en caso de que la lista de Artur Mas obtenga no sólo la mayoría de escaños en el Parlamento, sino, especialmente, la mayoría de votos. La lectura, para Mas, sería la de un plebiscito: en 18 meses la declaración de independencia.

 

Por la independencia

 

Si una amplia mayoría de indecisos (25% de acuerdo con la encuestadora Demoscopia) decide castigar a Artur Mas entonces el efecto independentista caería súbitamente (sólo 20% de los catalanes cree con seguridad que se van a independizar de España).

 

Pero más allá de los escenarios se encuentra la cultura del odio que ya está incubado gracias a Artur Mas y Mariano Rajoy.

 

En el escenario global de elevado grado transcultural resultan un despropósito los procesos independentistas. La concentración de soberanía es un ejercicio propio del siglo XIX; en el XX las banderas produjeron dos guerras. En el XXI, quien azuza a las ideologías busca conflictos banales con sus vecinos. ¿Cuándo surgirá el primer político transcultural? Aquella persona que transmita global sin la necesidad de las banderas.

 

En la literatura catalana encuentro dos obras magníficas de Juan Marsé y Eduardo Mendoza con las que globalizan a Cataluña. En Últimas tardes con Teresa (Marsé), el mapa de Barcelona ubica una historia de amor en la que emerge un personaje icónico, el pijoaparte. Mientras que en La ciudad de los prodigios, Mendoza retrata la vida de un andaluz que escala a la punta más alta del poder catalán. En 2007, a un burócrata nacionalista catalán se le ocurrió no invitarles a la feria de libro en Frankfurt dedicada a Cataluña. La razón: no escriben en catalán.

 

En dónde ubicar a la gran editorial Anagrama, de Jorge Herralde, quien desde el primer momento dirigió su apuesta editorial a la literatura global y no regional. Comprendió que el mejor antídoto contra la dictadura de Franco era abrir una ventana literaria con vista al mundo. John Kennedy Toole, Patricia Highsmith, Roberto Bolaño, Michel Houellebecq, Enrique Vila-Matas (ahora en Planeta) y, recientemente, Milena Busquets, son parte del catálogo universal que no concentra soberanía alguna.

 

Mas y Rajoy son personajes pasajeros del poder. Se irán. Pero las lesiones que han producido por su gran amor obsesionado por Cataluña y España, respectivamente, lastiman a los ciudadanos. Han hecho del debate político una confrontación skinhead, como si del partido Barcelona-Real Madrid se tratara.

 

El miedo, aliado de Rajoy (quien llevará al PP a la derrota en las elecciones generales de diciembre), y las inconsistencias, de Mas (quien lleva a su partido hacia el despeñadero ideológico); la soberbia por delante de ambos. Los ciudadanos, atrás.

 

Mas y Rajoy no miden sus decisiones porque sólo rinden cuentas a las banderas. Los escenarios del domingo los han trabajado ambos. No forman parte de la casualidad histórica.

 

La erupción de los indignados, primero, y la escalada de nuevos partidos políticos como Podemos y Ciudadanos, están dejando escombros a los partidos anquilosados como PSOE y PP. En Cataluña, CiU ya desapareció. Quedan restos de ambos. Convergència (derecha) asociado contra natura con el partido de izquierda e independentista Esquerra Republicana de Catalunya.

 

Así el mapa político; así las elecciones del odio.