El siglo XXI no es apto para la ciencia ficción.

Muy pronto la Casa Blanca será escenario de los Oscar y el nombre del recinto cambiará por el de arena Starbucks: premio a la cacería de inmigrantes protagonizada por Arnold Schwarzenegger; el premio a los drones más productivos (maximización de muertos terroristas, minimización de muertos inocentes) lo entregará el presidente Obama; premio especial Wikileaks al secretario de Estado vigente.

 

Michelle Obama se hace del poder blando de Washington para enviar mensaje a Irán a través del Oscar: Argo, no es una película. Representa un acto de valentía cultural que emerge de la piel de los estadunidenses cuando se encuentran en zona enemiga, ergo, Irán acusa de recibo el mensaje del presidente Obama.  La diplomacia de la confusión inicia cuando a los discursos se les desmonta de su respectiva naturaleza para, posteriormente, ser empotrados en una naturaleza ajena  y extraña. Michelle Obama se metió a la carpa poblada de payasitos hollywoodenses y, ni modo, tendrá que soportar las puyas carnívoras del mundo del espectáculo.

 

Entre los poderes duro y blando se encuentra el de la zona de confort. Hace ya algunos años, Joseph Nye le dedicó un libro a aquella fuerza simpática, proveniente del mainstream estadunidense, que motiva cambios políticos. Soft Power: the means to success in world politics. El poder blando como una especie del lobby de Walt Disney. Entre los poderes blando y duro se encuentra el de los drones.

 

Desde Occidente, el uso de drones provoca admiración entre los geeks (post nerds), vegasianos, obamistas y algunos otros que se divierten a través del control remoto. Para pocos, los drones significan muerte. Aves inteligentes cuya misión es viajar a Pakistán, Yemen o tierras inhóspitas donde se encierran terroristas de Al Qaeda, para matar. Con solo mencionar  o escuchar la palabra drone (avión de ataque teledirigido y no tripulado), una profunda carga de oxígeno ingresa al cuerpo humano para ayudar a sostener la admiración exclamada. El récord de muertos por parte de las aves inteligentes es de 4 mil 700 en pocos años (cifra similar a los que murieron en las Torres Gemelas en septiembre de 2001), así lo reconoció el senador republicano Lindsey Graham. Lástima que junto a los terroristas, a las aves asesinas se les haya cruzado un número indeterminado de inocentes.

 

El presidente Dwight Eisenhower bautizó, con el nombre  militar-industrial, al sector que en 1961 crecía en Estados Unidos bajo la complicidad de republicanos y demócratas en el Congreso y en la Casa Blanca. Ahora, la piel de ese sector está arrugada y comienza a mutar al sector de los drones en particular, y al ciberdefensa en general. Junto al río Potomac, en Washington, se ha asentado el Silicon Valley de la ciberdefensa, el nuevo sector que será protagonista durante los próximos 100 años.

 

La semana pasada, la empresa Mandiant, el Google de la industria de la ciberdefensa, dio a conocer el origen de actos de espionaje por internet contra 141 empresas de Estados Unidos y el resto del mundo: Shanghai. La nomenclatura china hizo como que no escuchó. El fundador de Mandiant, Kevin Mandia, trabajó como investigador de cibercrímenes en el Pentágono y en la fuerza aérea de EU. La nueva generación de Mandia sustituirá, a largo plazo, al reclutamiento masivo de militares. En Fort Meade (Maryland), la sede del Cibercomando de las fuerzas armadas y de la Agencia de Seguridad Nacional, no requiere de humanos. Los sistemas de información inteligentes son más que suficientes. Así lo saben en Pakistán, país predilecto de los drones.

 

A Obama no le causó molestia el rechazo del Senado a su propuesta como secretario de Defensa, Chuck Hagel. Sabe que sus funciones serán consideradas, en poco tiempo, como burocráticas. Lo importante son los poderes blando y semi blando. Michelle y los drones a escena.