Dos aspectos irrumpen en los gobiernos de los bancos centrales: el del gobierno japonés de Shinzo Abe, que penetra en la autonomía del banco central para obligarle a cumplir el objetivo de incrementar la inflación anual al 2%; inédita estrategia si tomamos en cuenta que el objetivo primordial de todo banco central es desaparecer la inflación. Es decir, la orden de Abe es que el nuevo director del banco central revierta la deflación. Y el segundo caso es el de Mark Carney, convertido en estrella de las políticas monetarias; caso paradigmático porque deja el banco central de Canadá para ocupar el mismo puesto pero en Londres.

 

La coordinación monetaria, entre los principales países, fue uno de los objetivos fundacionales de la globalización en épocas del inicio de la racha de nacimientos de tratados de libre comercio; destino final para armonizar no sólo el comercio sino flujos laborales y costo de dinero. Hoy, cuando la crisis de deuda pública mantiene arrinconados a los gobernantes, las autoridades monetarias sacan el pecho para tomar el control del dinero global.

 

De ahí que las reuniones entre los directores de los bancos centrales del G20 se conviertan en asambleas de accionistas globales con intereses estrictamente locales. Así le sucede a la Europa de Mario Draghi quien decide irrumpir en el sector bancario de algunos países del euro para salvarlos mediante la compra de deuda manteniendo en casi cero el costo del dinero. Con ello, los flujos regresan a los bancos y los préstamos empresariales, pymes y domésticos, se reactivan. En pocas palabras, la confianza regresa a los agentes de decisión a pesar de que los banqueros quedan en zona de descrédito. Draghi, claro, confía en la expansión de las 17 economías que tienen el euro. Es aquí donde Draghi voltea la moneda para ver su otra cara donde se vislumbran las reacciones de su política.

 

En efecto, a mediano plazo se espera que el valor de la producción (PIB) mejore las cifras actuales; de eso depende de la demanda doméstica y del comercio internacional. En Europa, el valor del comercio representa la cuarta parte del PIB. La crisis de deuda global permite la sincronía del Banco Central Europeo con Estados Unidos, Reino Unido y Japón, fundamental para evitar depreciaciones descontroladas de las monedas, producto de decisiones caóticas de agentes de decisión que deciden salir de Europa para refugiarse en el dólar o en el yen. Sin embargo, las variaciones en el precio del euro durante los últimos días preocupó al presidente francés François Hollande.

 

El precio del euro se incrementó a 1.35 por dólar. La reacción inmediata de la apreciación de la moneda impacta en la disminución del comercio exterior. Sin embargo, la entrada del euro a una espiral vertical, responde, en ésta ocasión, a la buena noticia de que la confianza está regresando al viejo continente y junto a ella, flujos provenientes de Estados Unidos. La infravaloración de la moneda, en meses pasados, respondió a las crisis financieras de varios países europeos, en particular, Grecia. Los euroescépticos pensaron que el club europeo se colapsaría.

 

Por otra parte, el costo del dinero en Europa y en Estados Unidos tiende a cero; el efecto toral de esa política es incentivar la inversión. La inflación está controlada debido a la sequía del dinero, en gran parte, por los enormes déficits de los gobiernos europeos que han tenido que realizar enormes recortes en su gasto.

 

Las autoridades monetarias se han quedado solas en el continente de la confianza pública. La independencia de los bancos centrales se resquebraja en algunos países, como Japón o España, pero, al mismo tiempo, los políticos se distancian del propio banco central para velar por los últimos entes que generan confianza entre los tomadores de decisión. Paradoja que sirve para evitar una guerra de divisas.

 

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