CAMPAMENTO DE ZAATARI (Jordania). Baraa tiene 12 años y pesadillas diarias con los bombardeos en Siria. Pese a estar refugiada en un campamento en Jordania, no puede borrar de su memoria cómo uno de esos ataques destruyó su casa y arrebató la vida a su padre.

 

En uno de los espacios infantiles habilitados en el campo de refugiados de Zaatari, Baraa narra con semblante triste cómo huyó de Siria con su madre y tres hermanos tras una de las ofensivas del ejército contra la ciudad de Homs.

 

La niña, cubierta con un “hiyab” (velo) de color azul, procede del barrio de Baba Amr, uno de los más castigados por los bombardeos del régimen de Bachar al Asad tras convertirse en feudo de los rebeldes.

 

Los traumas de Baraa son compartidos por muchos pequeños de Zaatari, ante el temor de los expertos de que se pierda una generación de niños por los problemas psicológicos derivados del sangriento conflicto.

 

La representante de UNICEF en Ammán, Dominique Hyde, explicA que el 58% de los más de 65 refugiados de Zaatari son menores de edad y que cada día nacen entre tres y cinco bebés en el campamento.

 

“La mayoría de los niños han sufrido mucho estrés, han visto cómo moría algún miembro de su familia y no son capaces de contar los horrores de los que han sido testigos”, lamentó Hyde, cuya organización presta ayuda psicosocial a los menores.

 

Según la responsable de UNICEF, hay niños que llegan heridos y otros que han cruzado solos la frontera entre Siria y Jordania, el 60% de ellos de entre 14 y 17 años y fundamentalmente varones.

 

Entre los adolescentes de estas edades, el principal motivo para escapar de Siria es evitar ser reclutados a la fuerza en alguno de los dos bandos, una amenaza que se ha incrementado en los últimos meses.

 

Para ayudar a los menores a olvidar estas experiencias, en el campo hay espacios para juegos, canchas de baloncesto y una escuela, en la que se sigue el currículo jordano para darles la oportunidad de continuar luego con sus estudios.

 

Una veintena de niños, algunos con las caras pintadas con mariposas, estrellas o flores, juegan en una de estas tiendas al “conejo de la suerte” y a “abre la rosa”, similar al “corro de la patata”.

 

Mientras sus compañeros giran en círculo, Maher, de 10 años, dice con alegría que se divierte en esta jaima y hace amigos, aunque se queja de no poder jugar al baloncesto.

 

“A mí lo que más me gusta es el baloncesto, pero la cancha es para los mayores”, apunta con un mohín Maher, que vive en una tienda con su madre y sus hermanos.

 

One reply on “Niños sirios con “cicatrices” de guerra”

Comments are closed.