David Bowie desapareció por una década de la escena musical. Tal vez, la década más complicada, frívola y vacía en ella.

 

Y es que cada vez que la fatuidad amenazaba la cultura popular, siempre aparecía Bowie para recordar que sí había salidas y formas de reinventarse para combatir la estulticia.

 

Así, el camaleón se transformaba una y otra vez para combatir los distintos proyectos musicales que vendían mucho y dejaban poco.

 

Así, entre la música disco, los trovadores setenteros, los productores especializados en los sintetizadores, las boy bands, las spice girls y hasta el dance barato, reaparecía Bowie: en glam, en glamour, al natural, en New Wave, de la mano de Freddie Mercury, en la cama con Mick Jagger, con zapatos rojos y en reedición como ciudadano global.

 

Siempre Bowie.

Siempre con excesos.

Siempre con arte.

Siempre, hasta que el ejemplo del exceso le pegó en un ojo en 2004. Tras del encuentro con la realidad, A Bowie se le rompió el corazón, o casi.

 

Problemas coronarios lo retiraron de los conciertos, de la creación musical y de las entrevistas. Bowie desapareció de la escena pública y, para cumplir con la regla física de que ningún espacio puede quedarse sin materia, el vacío dejado por Ziggy Stardust se llenó de los miembros más connotados de la caquicracia musical.

 

De Lady Gaga a One Direction, de Maroon 5 a Justin Bieber, de Selena Gómez a Maná.

 

Y parecía que así terminaría la historia: con uno de los músicos más arriesgados de la historia dedicado a recorrer las calles de Nueva York en el anonimato propio de una megalópoli.

 

Y sí, podría hacer unas escasas colaboraciones como las que realizó con Arcade Fire, Brian Transeau y Snoop Dog y hasta montar una exposición de fotografías, pero de ahí a su regreso a la música, era algo que muchos daban por difícil si no imposible.

 

Pero Bowie siempre tiene sorpresas bajo la manga.

 

El martes pasado, al cumplir 66 años de edad, Bowie lanzó el primer sencillo de su primer disco en 10 años, titulado “Where are we now”.

 

A diferencia de lo que había hecho en sus más recientes producciones, David Bowie se decidió por una balada, como en tono desafiante a las cajas rítmicas y propuestas bailables de esos que, mientras estaba en ausencia, invadieron las listas.

 

De la misma forma, el diseño y el nombre de la producción confrontan: “The next day”, una portada superpuesta sobre la clásica carátula de “Héroes”, para recordar que, en el caso de cantantes y compositores como Bowie, por más que el presente esté en primer plano, siempre habrá una carga de pasado que marque, que deje huella.

 

Según platica Tony Visconti, el productor de cabecera del intérprete de toda la vida, el disco pretende ser mucho más roquero y poderoso que esta balada de inicio. Si así es ¿por qué tomar una canción tan disímbola para destaparlo?

 

La respuesta está en la letra y el video. “Where are we now” es un repaso de Bowie en su etapa cuando vivía en Berlín. Época de gran actividad y creación cultural pero, también, de enormes excesos.

 

Pero unas cosas compensaban las otras, parece enunciar Bowie quien, ahora, regresa para ver que el arte se acabó y lo que queda es el exceso. Exceso de basura, de contaminación auditiva, de necesidades financieras.

 

Sin embargo, el final es esperanzador: mientras Bowie se tenga a él y a su público, siempre habrá la posibilidad de cambiar el desastre. Siempre habrá un día después.

 

Y vaya que tiene razón.