Pocas ciudades están tan vinculadas a un arquitecto como lo está Brasilia a Oscar Niemeyer. Acaso sólo Paris con respecto al rediseño de Haussmann en el siglo XIX. La capital brasileña inaugurada en 1960 se fundó sobre tres figuras: Juscelino Kubitschek, el presidente que dio el impulso para dejar de Rio de Janeiro y desarrollar el interior del país, Lucio Costa quien hizo el diseño urbano de la ciudad y Niemeyer, arquitecto de sus principales monumentos y edificios públicos, fallecido el miércoles a diez días de cumplir 105 años y quien mayor reconocimiento mundial recibió.

 

Planificada, moderna, de vocación administrativa, sin playa y sin equipo de futbol, Brasilia suele ser calificada como la ciudad menos brasileña de Brasil. En el resto del país es vilipendiada por ser sede de los peores escándalos de corrupción y muchos de sus habitantes hablan con añoranza y melancolía sobre sus ciudades origen, consignando a veces enojo a veces frustración con la capital que les da sustento en los días hábiles.

 

Por eso la ciudad era tan apegada a su arquitecto. El bon vivant socialista enamorado de las curvas de la naturaleza y de las mujeres era el principal vínculo afectivo de Brasilia con Brasil. Con Niemeyer como estandarte la capital afirmaba su nacionalidad y se erguía como símbolo de esa grandeza a la que “el país del futuro” siempre ha aspirado y a la que hoy parece acercarse. La historia de cómo el país consiguió construir Brasilia en menos de un lustro se enseña en todas las primarias brasileñas. Los monumentos de Niemeyer permanecen para recordar aquel momento.

 

 

El edificio del Congreso Nacional de Brasil, fue inaugurado en 1960, junto con la nueva del país | AP

 

 

Hoy la ciudad es Patrimonio Histórico de la Humanidad, medalla que la honra pero también la aprisiona. Los edificios, modernistas en 1960, hoy reflejan la imaginación de la modernidad de hace cinco décadas. Su eje monumental es intocable, tanto que las nuevas obras de Niemeyer se tuvieron que construir por fuera de sus límites. Una de las pocas capitales del mundo pensadas para el uso del automóvil sufre porque a finales de los cincuenta se pensaba en el uso de un carro por familia, no por persona. Miles de reales brasileños se han invertido en las oficinas gubernamentales para remplazar los siempre insuficientes aires acondicionados. No falta la mención a que el arquitecto nunca vivió en la nueva capital “ni siquiera él soportaría vivir o trabajar en sus edificios” dirían algunos. Su sueño socialista de que el senador viviera junto al albañil se enfrentó a la realidad urbana del capitalismo.

 

Pero al mismo tiempo, a partir de la imaginación de Kubitschek, Costa y Niemeyer se ha ido formando en Brasilia una nueva identidad. Aquella de quienes, sin recursos para salir de la ciudad el fin de semana, habitan ella todos los días, a diferencia de diputados, senadores, altos funcionarios y periodistas. Son quienes se enorgullecen de ser descendientes de los constructores la ciudad y que forman el crisol de regionalismos que hoy caracterizan a la capital y la dotan de una sobria neutralidad frente al resto del país. A ellos se suman quienes, así sea temporalmente, adoptan a Brasilia como su hogar.

 

 

El palacio de Alborada, residencia oficial de la presidencia brasileña, muestra el estilo de Niemeyer | AP

 

Brasilia quedó huérfana el miércoles. Ayer el arquitecto fue velado con honras de Estado en vestíbulo del Palacio Presidencial que él diseño y se decretaron siete días de duelo nacional. Ahora tocará a los brasilienses, particularmente a los nacidos en la ciudad después de su fundación, el disfrutar la vida y buscar ese futuro que Niemeyer trazó en su ciudad.

*Internacionalista del ITAM, asociado de Comexi