La cosmopolita plaza Sassine fue bañada con sangre. Centro del barrio de Achrafieh, el barrio maronita por excelencia de Beirut, es el símbolo de la vida social de los cristianos en Oriente Medio.

 

Edificios modernos la encuadran, llena de cafés, tiendas de ropa y un tráfico que en nada hace envidiar nuestro querido México. Pocas decenas de metros hacia el norte se encuentra el lujoso centro comercial ABC que puede competir en elegancia y postín con cualquiera de Europa o Polanco, en el DF. Por ella pasean cristianos, la mayoría en la zona, pero también drusos, chiitas y sunitas. En sus cafés, bares y centros nocturnos se mezclan todas las religiones; o por lo menos, los liberales de todas las religiones, e incluso los no tan liberales del Golfo Pérsico que llegan a Achrafieh a echarse una canita al aire y tomar la buena cerveza libanesa Almaza.

 

Eso sí, los árabes con elegantísimas kandoras blancas –túnicas- y hattas –pañuelos- fijados a la cabeza con un cordón o agal, no suelen llevar a sus mujeres cuando salen de fiesta.

 

Líbano, a pesar de la terrible Guerra Civil -1972 a 1990- sigue siendo el centro de convivencia en Oriente Medio. Los acuerdos de Taif de 1991, al reestructurar el porcentaje de participación entre las distintas etnias y religiones, le ha dado una gran estabilidad y ha permitido un enorme crecimiento económico. Todavía se pueden ver en algunas partes los estragos de la terrible contienda, pero en general la recuperación de la ciudad está casi completa, habiendo creado un centro histórico que parece sacado de un cuento de hadas. Mezquitas, iglesias y hasta una sinagoga compiten por la clientela con las Zaras, Hugo Boss y Carolinas Herreras. Por sus calles, con banquetas y mobiliario urbano de lujo, se pasean turistas y ejecutivos de todo el mundo. Beirut es el centro financiero de Oriente Medio y un centro comercial de primerísimo nivel.

 

Beirut es el ejemplo de convivencia, pero de convivencia precaria, como la del violinista en el tejado: siempre haciendo malabarismos para no caerse y a la vez conseguir rascar una melodía agradable. La difícil relación interétnica se complica por los ataques de Hezbolá a Israel; por el apoyo de Irán a Hezbolá; por la constante intromisión de Siria en los asuntos del país de los cedros; por el apoyo de los saudíes a los sunitas; por los frecuentes cambios de alianzas políticas; por la milenaria historia; y por mil y muchas cosas. La Primavera Árabe tenía que afectarle: Líbano es el punto más sensible del Medio Oriente.

 

Las tropas sirias salieron del Líbano en 2005, pero su influencia en la política y economía del país es enorme. El asesinato del día 19 de este mes del jefe de inteligencia del Líbano, Wisam al Hassan, junto a otras siete, y más de ochenta heridos, podría desestabilizar el precario equilibrio.

 

Hassan, sunita, había estado apoyando a los rebeldes sunitas sirios contra los alauitas (secta dentro del chiismo) de Al Assad y escapó de otro atentado a principios de año. Aunque en este momento no se conoce la autoría del atentado y el gobierno sirio lo ha condenado, muchas fuentes lo acusan de estar detrás del mismo. Si así fuera, bien podría ser un intento claro para romper con el aprovisionamiento de armas y apoyo logístico a los opositores de Al Assad desde el Líbano. Acabando con la vida de Hassan, que dirige la única rama sunita del aparato de seguridad libanés y está apoyado por Arabia Saudita (Stratford Global Intelligence), se le está dando un claro mensaje a los saudíes para que no intervengan en Siria: varios atentados como este podrían romper la difícil convivencia política libanesa y, entonces, Hezbolá –que apoya tibiamente al gobierno de Al Assad- podría decantarse por un apoyo más decidido y así iniciar una escalada de violencia que en nada favorecería los intereses de Arabia Saudita.

 

A esta le interesa la tranquilidad en la zona, tanto por la tan necesaria estabilidad económica como por los grandes problemas que tienen los Países del Golfo con sus minorías chiitas que reclaman, al calor de la Primavera Árabe, mayores libertades. Si Arabia Saudita capta el mensaje, la lógica sería la siguiente: cese el apoyo económico y en armas desde Arabia Saudita a los sunitas libaneses; estos abandonan a los “revoltosos” sirios; Hezbolá se mantiene tranquila; el Líbano se mantiene estable y Al Assad puede seguir tranquilamente con su masacre con un flanco menos que guardar (los otros serían desde Turquía e Irak).

 

La pregunta clave es, entonces, ¿habrá represalias por parte de los grupos que apoyaban a Al-Hassan y a los rebeldes sunitas sirios o se contendrán teniendo en cuenta el enorme riesgo de guerra civil? Y con respecto a Hezbolá: ¿Seguirán el camino que decidieron tomar desde hace varios años, integrándose cada vez más en el mundo político libanés como otro grupo más, y se mantendrán más o menos neutrales aún en el caso de que sus aliados sirios –el gobierno alauita de Al Assad- caiga? O, por el contrario, buscando el apoyo de Irán, ¿desatará una ola de violencia con el fin de impedir que llegue ayuda desde el Líbano a los rebeldes sirios? Las fichas de dominó son tantas y las combinaciones posibles tan grandes que al día de hoy es imposible saberlo. Lo que sí es casi seguro es que si la muerte de al Hassan tiene respuesta por sus partidarios, la complicadísima situación de Oriente Medio se puede escapar de las manos al más hábil político. Si fuera así, las posibilidades de un conflicto regional serían enormes. Y de darse este, la posibilidades de que se salga de la zona y haya complicaciones diplomáticas graves – USA, China, Rusia, Irán- y por ende económicas son casi seguras.

 

Como algunos dicen: “Oriente Medio es el centro del Mundo y Líbano su ombligo”; tocar el ombligo siempre genera cosquillas; en este caso me temo que serán más que cosquillas lo que vamos a sentir.