Juan Gelman (Buenos Aires, Argentina, 1930) tiene un profundo compromiso con la palabra poética y reconoce que su función social es dar belleza a la existencia humana; el poeta, exiliado desde los tiempos de la dictadura militar argentina, es reconocido como un símbolo de compromiso con la justicia, que rebasa el campo literario y da un ejemplo de dignidad para no perdonar ni tampoco odiar, sino para recordar con ternura y así procurar la restauración del tejido social destruido por la violencia ejercida desde el poder.

 

El domingo pasado, Gelman recibió la Medalla Bellas Artes, lo que significa un colofón a los reconocimientos que se la han otorgado durante la última década: el Premio FIL de Literatura (2000), los premios iberoamericanos de poesía Ramón López Velarde (2003), Pablo Neruda (2005) y Reina Sofía (2005) y el Premio Cervantes (2007).

 

Nacido en el barrio de Villa Crespo, donde asistió a sus primeras milongas, “donde descubrí esa manera de conversar que se llama tango”, Gelman es una de las voces más altas de la poesía latinoamericana. Descendiente de una familia de judíos ucranianos y rusos que se embarcaron rumbo a Buenos Aires en los primeros albores de la revolución bolchevique, vivió desde muy pequeño la efervescencia de las causas sociales.

 

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Juan Gelman. Foto: Iván Castaneira

 

En plena dictadura militar, colaboró como editor en la revista Crisis junto a Eduardo Galeano. Más tarde formaría parte del grupo revolucionario Montoneros. Por esa militancia, el gobierno le arrancó a su hijo y a su nuera (con un embarazo de siete meses), que pasaron a formar parte de la larga lista de los desaparecidos.

 

Gelman se exilió primero en Italia; luego fue a Madrid y a París. Finalmente se instaló en México, donde ha decidido quedarse por un tremendo romanticismo: “La pregunta para mí no es por qué no vivo en la Argentina sino por qué vivo en México. Y la respuesta es muy simple: Porque estoy enamorado de mi mujer, eso es todo”.

 

Uno de los poemarios más desgarradores de Gelman es Carta a mi madre, donde el poeta dialoga con su madre muerta para redimirse y encontrarse a sí mismo. La sutileza con que se liga el recuerdo doloroso por la madre muerta, la dictadura militar y la impotencia ante sus circunstancias, es quizá una secuencia de su Carta abierta (1980), donde entabla una conversación con su hijo asesinado. Cuando se le pregunta al poeta por las diferencias entre estos textos, sólo es capaz de hallarles una coincidencia: el tema de la pérdida.

 

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Juan Gelman. Foto: Iván Castaneira

 

Gelman habla pausado y cordial, aún conserva intacto su tono argentino que enfatiza los sonidos palatales y pone un acento grave a las conjugaciones esdrújulas. Tiene 82 años y a veces, cuando habla sobre su hijo, su madre o el exilio, pretende esconderse detrás de una risa débil y ahogada, que de todos modos, le queda como una película transparente que barniza su profundo dolor.

 

A lo largo de su trabajo poético ha ido encontrando y cambiando las herramientas poéticas con las que trabaja, para encontrar nuevos cruces en los temas que trata. ¿Cuál era el momento de su búsqueda cuando surge Carta a mi madre?

 

Había escrito Citas y comentarios, un diálogo con San Juan de la Cruz y Santa Teresa; había escrito un libro de poemas en sefardí, estaba escribiendo Salarios del impío… pero este poema es particular en el sentido de que responde a algo que no sé qué es. Tiene y no tiene que ver con todo aquello que estaba haciendo. Estaba en Ginebra, trabajando como traductor del sistema de la Organización de Naciones Unidas en el Palacio de las Invasiones. Una noche me vino el asunto, así que escribí. Después de eso, fíjese que curioso, me fui a una de esas máquinas de fotos, a verme la cara (risas). Me tomé una foto para ver quién era (risas)…eso que es uno, pero vaya uno a saber dónde está y de dónde sale.

 

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Juan Gelman. Foto: Iván Castaneira

 

¿En qué se diferencian el Juan Gelman que usted reconoce en Carta abierta y el que vislumbra en Carta a mi madre?

 

En primer lugar, me quedé huérfano de hijo; después, huérfano de madre. Es el tema de la pérdida. No hay diferencia.

 

En una conversación que usted sostuvo con Dionicio Morales, hablaba del consuelo de la poesía, y usted citaba un poema chino, anónimo; explicaba que si ese poema, escrito hace 3 mil 500 años nos podía conmover, era la prueba de que la poesía es “una belleza imposible de aniquilar”. A sus 82 años, ¿considera que su trabajo poético es una prueba de esa belleza?

 

Es imposible de aniquilar y es imposible de abarcar totalmente. Si uno sigue escribiendo es porque quiere agarrar a la poesía por la cola. Usted conoce casos de grandes poetas que han dejado de escribir o que escribieron poco. Ellos cerraron ahí su necesidad. Yo todavía la tengo. Qué le voy a hacer. Siempre digo que mi mejor poema es el que escribiré alguna vez, y lo digo en serio. Porque si no, de dónde sale ese montón de cosas; anoche mismo escribí un poema…de dónde sale, ¿a ver?

 

¿Aún encuentra nuevas y desconocidas herramientas y cruces para seguir escribiendo?

 

Creo que sí. Alguna vez pensé y dije que es como si la obsesión fuera una especie de espiral, que a medida que pasa el tiempo uno ve desde distintos puntos. Creo que por esa razón Sor Juana Inés de la Cruz dijo que la espiral es el símbolo de la belleza. Tiene razón ella.

 

Su poesía se lee desde el alma del exiliado, ¿le causa angustia el mundo en que le ha tocado vivir?

 

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Juan Gelman. Foto: Iván Castaneira

Mire, sí he pasado momentos de angustia. El tiempo que me tocó vivir en lo particular sigue existiendo en lo general. Y cada vez peor. El dolor no se va. Uno convive mejor con sus dolores. Pero esas son pérdidas irreparables. Mi hijo hoy tendría 51 años. Yo lo conocí hasta los 20. Después, reencontré a ese hijo en mi nieta, a quien buscamos y encontramos. Pero nadie puede sustituir a un hijo. Mire, encontraron los restos de él 13 años después de su muerte. La desgracia de llevar el cajón, que no pesaba nada, porque eran puros huesitos, a enterrarlo… es antinatural, es otra cosa.

 

El buscar y encontrar a su nieta se convirtió en un acto de dignidad colectiva…

 

Era algo que le debía a mi hijo, quien me dejó huérfano de hijo pero me dejó una herencia, que era encontrar al suyo. Eso hicimos yo y mi mujer: encontramos a una chica que se parecía mucho a mi nuera, que además había sido adoptada por un tipo que trabajaba en una fábrica militar. Estuvimos tras esa pista como un año. Me parece desde ya que fue como dice usted. Pero es algo todavía más grande: la apuesta que hicieron decenas y decenas de miles de escritores, artistas, gente de a pie, que no me conocen y a quienes yo no conozco, que apostaron a lo imposible. Apostar a lo imposible, mire…es una cosa realmente muy grande. Eso siento de toda la solidaridad que recibí en todos los sentidos. Es cómo creer en un milagro. Cómo diablos 23 años después habríamos de encontrarla…

 

¿En qué está trabajando ahora?

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Juan Gelman Foto: Iván Castaneira

Escribo poemas.

 

Al despedirse, Juan Gelman muestra en una mesa, junto a sus discos revueltos, la única foto que conserva de su hijo; es un mozo guapo y sonriente que posa feliz junto a su esposa embarazada el día de su boda.

 

“Así era mi hijo cuando se fue”, dice Gelman con una honda tristeza en la garganta.

 

Luego se envuelve de nuevo en su sonrisa y antes de despedirse, me mira y agrega: “Pero bueno, es como dice mi nieto de 11 años: peor que haber muerto, es nunca haber nacido. Hay que pensarlo así porque si no…”.