Una ilusión en la mirada se percibe de la gente que sale por la puerta del edificio ubicado en el número 57 de la Quinta Avenida en Nueva York. En sus manos se ve una linda caja azul con un satinado moño blanco que no muestra ningún amarre en la parte inferior, algo también característico de la marca. El azul es un tono Patone ya registrado con el mismo nombre de la tienda y el edificio: Tiffany.

 

La gente podría pensar que es un lugar accesible para pocos pero esto no es así. Por medio de seis plantas se puede encontrar desde un lápiz (origen real de la firma) con alusión a su historia, hasta el diamante ícono de la casa de 128.54 kilates que se muestra con orgullo.

 

En la entrada, como en la mayoría de las grandes joyerías, el personal de seguridad te permite el acceso pero, por la cordialidad que los caracteriza, se asimilan más a un anfitrión que abre las puertas de su casa.

 

En su primera planta, Tiffany te conquista. Quiere ser parte de un momento especial, como lo puede ser el sólo hecho de estar ahí, por lo que puedes encontrar piezas muy económicas en plata y deslumbrarte en la vitrina del frente con los icónicos diamantes Tiffany que han sido mostrados en alfombras rojas por celebridades.

 

Los vendedores del lugar entienden lo sensible que es para el visitante estar ahí, por lo que los dejan recorrer, sin presión, la sala. No creas que por eso no te ven ni te atienden, en cuanto empiezan a darse cuenta que te sientes cómodo admirando las piezas se acercan cordiales y te ofrecen agua en primavera-verano, así como té en otoño-invierno.

 

¿Le gustaría probarse este anillo? Pregunta la vendedora a una pareja en jeans y tenis que curiosa mira el aparador en el que está el anillo que Angelina Jolie portó en los Oscares de 2007. “No señorita, gracias pero la verdad no está en nuestro presupuesto”, contesta la pareja-, ¿y por eso se va a limitar a sentirse dueña, aunque sea por un momento, de este anillo? y entonces cede la pareja y emocionadas se prueban la pieza. Esto también forma parte del ser y el querer ser, uno de los objetivos de Tiffany.

 

Al final del salón están los elevadores. Un señor muy elegante te da la bienvenida cuando ingresas y te lleva al piso que elijas, durante el recorrido encuentras de todo, vajillas, adornos para casa, utensilios y regalos para bebé , bolsos y artículos de piel, perfumes, y joyería en plata, oro, platino y rubedo, este último un metal rosado elaborado en honor al aniversario de la firma.

 

¿Te imaginas? -le preguntaba una persona a otra-, ¿que Tiffany hiciera departamentos, como muchos edificios en la Quinta Avenida? ¡Todas las mujeres querrían vivir aquí! Pero no, eso por mucho tiempo no va a pasar.

 

En 1979, el magnate Donald Trump, adquirió e inicio la construcción de la Trump Tower, la torre de 56 pisos más importante que tiene su emporio. Con una visión importante sobre el tema, solicitó a sus abogados una reunión con los dueños de Tiffany para pedirles algo muy peculiar: compararles el uso de los derechos aéreos.

Los dueños accedieron y aunque no se dio a conocer el monto de la transacción, Tiffany no puede construir más plantas en su edificio. Trump no quiere que nada le tape la vista y hizo lo que sabe: pagó por ello.

 

Tiffany representa glamour, aspiración y clase. Esto no lo quiere para su marca, lo quiere para los que la utilizan. Así, con una simple pieza, como lo es un lápiz, logra que el que lo porta tenga algo de Tiffany así como ser parte de su adquisición más importante, los clientes que tiene.