La policía cibernética es la encargada de disipar los rumores que se generan en las redes sociales. De poco sirve que lo haga la televisión, la radio o la prensa. El tiempo en las redes sociales corre mucho más rápido que en los medios convencionales. Es decir, el tiempo real no existe en los medios convencionales, incluyendo los canales de 24 horas de noticias como CNN.

 

Un teléfono celular es la máxima plataforma acorde al tiempo real que las redes sociales exigen. Un rumor que se genere en las redes sociales llegará minutos después a CNN y, por cuestiones deontológicas, la emisora estará obligada a comprobar la veracidad del mismo para convertirlo en noticia. Los rumores no son noticias.

 

Algo más, a través de las redes sociales se puede medir el nivel de confianza país a país.

 

En 1995 Francis Fukuyama publicó su libro Trust (Confianza) y en él concentró una serie de estudios que realizó en varios países. La hipótesis central del libro fue la siguiente: a mayor nivel de confianza, los países tienden a generar un mayor número de empresas multinacionales. Fukuyama concluyó que Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania son países cuyas sociedades son mucho más abiertas que la italiana, china o mexicana.

 

En las redes sociales sucede algo similar; en aquellos países donde la sociedad presenta una tradición cultural de confianza, los niveles de credibilidad de Facebook y Twitter se incrementan. Por el contrario, en las sociedades con elevadas dosis de desconfianza, las redes sociales se pueden convertir en un arma de especulación, mentira y tensión.

 

Es necesario recordar que en la naturaleza de las redes sociales existe un componente de credibilidad: el conocimiento que tiene el usuario sobre los “amigos” que acepta en Facebook y de aquellos tuiteros a quienes decide “seguir”. Esta característica es fundamental si tomamos en cuenta que la credibilidad de los medios de información es eclipsada por las agendas que determinan su comportamiento. En pocas palabras, los tuiteros y facebuqueros confían mucho más en la gente que les rodea en las redes que en los “líderes” de opinión, lo mismo en televisión, radio o prensa.

 

Hasta aquí todo parece armonioso. El problema aparece con el probable descontrol de la comunicación que surge a través de la multiplicación exponencial de los nodos. Un tuitero o facebuquero equivale a un nodo; cada mensaje que es replicado por seguidores genera una elevación potencial de impacto. En pocas palabras, el caos proviene de la naturaleza de las propias redes sociales. Por ejemplo, Lady Gaga tiene 29,262,200 seguidores; en el momento en que escriba un tuit y sea retuiteado por sus seguidores, el alcance que tendrán sus 140 caracteres será exponencialmente ad infinitum.

 

En agosto de 2011 dos tuiteros veracruzanos enviaron tuits con los que señalaban que escuelas de Boca del Río y Veracruz estaban siendo atacadas por narcotraficantes. El pánico mimético provocó que en pocas horas las escuelas quedaran vacías. Todo fue mentira. Una semana después, los dos tuiteros fueron identificados y penalizados con 30 años de cárcel al ser acusados de terrorismo equiparable y sabotaje. La asociación Amnistía Internacional intervino al considerar que la pena que habían recibido los tuiteros era muy elevada. El órgano judicial reculó y un mes después, el 21 de septiembre, ambos tuiteros (uno de ellos profesor de matemáticas) salieron de la cárcel Pacho Viejo.

 

México es una sociedad donde impera la desconfianza. Ni la policía, ni los políticos generan confianza. Tal vez sea ésta sea la razón por lo que los usuarios de redes sociales entregan su confianza a sus amigos tuiteros y facebuqueros. Cuidado. En el retuiteo puede viajar un rumor cuyo basamento sea la mala fe.