Quien mira de lejos a Cristian Gómez, hombre maduro, larguirucho y parsimonioso, de traje obscuro y espesa barba rojiza; podrá pensar que se trata de un predicador, sin embargo, si bien se considera un experto en biblias, no promueve la fe en ninguna religión.

 

 

La obsesión que ha guiado su carrera de filólogo egresado de la UNAM, a lo largo de 25 años, es el estudio y divulgación de un solo libro: la Biblia, obra que, según explica, se trata de un mismo libro, el que todos conocemos, aunque sea de lejos, pero con traducciones e interpretaciones en poco más de dos mil 300 idiomas de la historia de la cultura, incluyendo dialectos que se hablan en México.

 

Su pasión por la Biblia lo ha llevado a conformar, con dos mil modelos diferentes, la colección más grande de América Latina, para luego crear el primer museo bíblico en nuestro país, con sede en el Distrito Federal.

 

Con la apertura del Museo Maná, inaugurado hace menos de 90 días, Gómez ha podido resguardar, al fin, el tesoro bibliográfico con el que recorrió el país durante más de dos décadas, que lo mismo podía tener como sede la sala de su casa, una universidad estatal o una estación del Metro.

 

Hijo de un linotipista y corrector de estilo de periódicos, Cristian Gómez habilitó una vieja casona en el número 31 de las calles de Tonatzin, en la colonia Anáhuac, para la operación de su Museo, donde también operará el primer centro de estudios bíblicos “civil”; es decir, no religioso, de interés meramente bibliográfico y sociocultural.

 

“Al hojear las páginas de la Biblia, pocas personas se ponen a pensar que se trata del libro más querido y más odiado de la historia; que es el libro más polémico del mundo y por el que millones de personas han perdido la vida en muchas guerras; otras, condenadas a la hoguera, acusados de haberlo traducido, copiado, publicado y promovido”, dice a 24 HORAS, al tiempo que recuerda que la Biblia es, de hecho, el primer libro impreso en la historia.

 

“El primer libro del mundo… y el más importante de todos, hasta hoy”, aclara.

 

 

VITRINAS BÍBLICAS

Quien se acerca a las vitrinas del Maná, podrá mirar, al centro del salón principal de exposiciones, un enorme ejemplar facsímil de la Biblia de Gutenberg, también llamada De las 42 líneas, orgullo del museo, dice Cristian Gómez, quien la adquirió en una subasta internacional hace algunos unos años.

 

Se trata, explica, de una edición en vulgata latina, escrita con caracteres góticos, impresa en 1455 como primer ejemplo de la técnica innovada por Gutenberg: impresión con tipos móviles tallados en madera.

 

El museo también posee un ejemplar de la llamada Biblia de Lutero, editada en 1534, primera traducción al alemán, ilustrada por un grabador desconocido –iniciales MS– pero que según el coleccionista, trabajó al alimón con el mismo Lutero; en su época, controvertido artífice de la Reforma Protestante dentro de la iglesia católica.

 

Se admira también una reproducción de la Biblia manuscrita hebraica, cuyo único original se encuentra en la Biblioteca de El Escorial, en España, escrita a mano sobre pergamino y con capitulares (letras de inicio de capítulo) coloreados con tintes a base de oro y plata.

 

El visitante podrá apreciar un ejemplar de la Biblia de San Luis, manuscrito de la primera mitad del siglo XIII, ilustrado con 4 mil 887 escenas que, según Gómez, se consideran de importante riqueza artística ya que era de uso exclusivo para la realeza.

 

Otros vistosos ejemplares bíblicos que se alojan en cajas de cristal son la misma Biblia junto a la cual durmió el emperador Maximiliano de Habsburgo; el primer ejemplar traducido al francés, conocido como Biblia de Ginebra, del siglo XVI, y un tomo de la primera Biblia hecha en América, denominada del Abad Vencé, impresa en los talleres de Mariano Galván.

 

Sorprende al visitante la gran cantidad de biblias escritas en lenguas autóctonas: maya, náhuatl, zental, chontal y otomí; ello, en el caso de las mexicanas; ya que, según se confirma aquí, existen versiones en dialectos de casi todo el orbe.

 

 

SIN FANATISMOS

“Cualquier persona medianamente culta, sin necesidad de ser creyente en religiones, está obligada a leer la Biblia”, dice el coleccionista, quien argumenta que “toda nuestra cultura es el resultado del pensamiento hebreo y de la filosofía griega”, toda vez que se “derivan ciencias como la filosofía, las leyes y el arte, no solamente la religión”.

 

“No se tiene qué ser testigo de Jehová para hablar de la Biblia”, en realidad, explica que muchos testigos la recitan, “pero de ningún modo la conocen y valoran por lo que culturalmente representa”.

 

“Conocer bien la Biblia nos permitirá superar todos aquellos fanatismos que nos han llevado a desatar guerras político-religiosas; el mensaje básico es el amor, entendido como relación ontológica que une a los seres.

 

“La iglesia católica tampoco sabe mucho de la Biblia. De hecho, esta iglesia la mantuvo prohibida a lo largo de toda la historia. Con excepciones, evidentemente, no es nada raro encontrar que los clérigos que hoy ofician en las iglesias no la han leído nunca. Y los que acaso le han echado un ojo, no la han entendido”, puntualiza.

 

Sin embargo, contra lo que el neófito podría suponer, Cristian Gómez no ha encontrado mucho apoyo de parte de organismos religiosos para su labor como difusor de biblias, ya que “la mayoría de las iglesias ven a la Biblia como un objeto dado, que sirve para impartir doctrina, pero no se interesan por los aspectos bibliográficos, artísticos, sociales e históricos del propio libro”.

 

En el caso de México, explica, la protección de la Biblia debería ser competencia de nuestros organismos culturales como el INAH, INBA, Sectur o Conaculta, además de gobiernos estatales y/o el de la Ciudad de México, ya que dicho libro es, precisamente, “el sostén de toda la cultura”.

 

En este mismo orden de ideas, hace una crítica a los intelectuales que minimizan al “único libro que podría representar la diversidad del pensamiento humano” porque “pueden apreciar un grabado religioso del siglo XVII, pero no le prestan la misma atención a una Biblia del siglo XVI, siendo que ésta le costó la vida a cientos de escritores, traductores y editores”.

 

Y es así que este peculiar investigador bíblico asegura que “este libro sería el único en la historia que podría representar la diversidad del pensamiento humano, es el ejemplo de pluralidad y tolerancia en el que hoy todos podríamos apoyarnos para enfrentar la realidad en que vivimos”.

 

 

 

 

 

 

 

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