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Jorge Ayala Blanco, considerado uno de los más importantes críticos de cine del mundo (Foto: Gretta Hernández)

 

 

En el palimpsesto urbano surgen y desaparecen espacios sucesivamente. El séptimo arte y las salas de proyección han estado desde sus inicios muy vinculados con la vida social y cultural de las metrópolis.  Por la ciudad de México han pasado una larga lista de cines que ahora forman parte de la arqueología urbana y de los cuales sólo investigadores rescatan del pasado como:  El  Salón Rojo,  el Autocinema Lomas, cine Progreso Mundial, Cine Isabel, Cine Buen Tono, Cine Encanto, Cine Prado, Cine Latino, Cine Orfeón, Cine Apolo, Cine Odeón, Soto, Cine Morelos, cine Capitolio, Majestic, Cine Mixcoac, Real Cinema, Cine Ópera y muchos otros que ya no existen.

 

En los últimos años los cineclubs perdieron vigencia tan pronto comenzaron las páginas web de renta y descarga de películas, la piratería y las mallmovies que distribuyen todo la aplastante producción palomera de Hollywood. Los pocos que se resistieron ya cerraron o están a punto de apagar sus proyectores como El Fósforo, IFAL y El Chopo; permanecen la Cineteca Nacional (en remodelación) y las salas del Centro Cultural de la UNAM , aunque surgen nuevas propuestas en el Distrito Federal que fusionan cine-bar-restaurante como el Cine Tonalá, Cinemania, Lido, La Casa del Cine o el Autocinema Coyote. Aquellos que ya se extinguieron proyectaban en 35 milímetros y su “evolución” presentan películas blu-ray.

 

Jorge Ayala Blanco (Ciudad de México, 1942), el corrosivo crítico de cine considerado como uno de los más importantes en el mundo,  explica que la desaparición de los cineclubs forma parte de una  “evolución, porque  ahora una persona ya no tiene que salir de su casa para estar en contacto con el cine, tanto del comercial como el de arte. La forma de acercarse a una película modifica la idea misma de espectáculo, por un lado más individualizado y a la vez más social.  Las nuevas generaciones no necesitan ese resguardo del cine que antes había. Ahora hay una actitud electrónica que crea la percepción de que se puede acceder a cualquier producto fílmico desde un teléfono, computadora o tableta”.

 

El corrosivo analista comenta que “la gente ya no necesitaba ir al Fósforo, al Chopo o al Centro Cultural Universitario para ver lo que les interesaba, por eso se fueron extinguiendo poco a poco. De ahí que la necesidad de la Cineteca Nacional sea  crear más salas para presentar una mayor oferta. Con la remodelación la parte más importante va a ser la Videoteca, que, estoy completamente seguro, será una de sus grandes conquistas”.

 

-¿Cómo se vivirá el espectáculo del cine en los próximos años
-Para empezar, cada vez menos gente acudirá a las salas; será equiparable a la experiencia de visitar un museo. A las funciones que voy por la mañana me toca ser el único espectador, donde si no entro no hay función. Cuando era joven me decían “¿Cómo vas a ir así ¡arréglate!”, entonces prevalecía la idea de que ir al cine era como ir a una fiesta o a misa.  Ahora es otra cosa. Los altos precios serán otro factor. Durante 24 años fui al Festival de Cine de Berlín, de pronto me di cuenta de que ya no era necesario, de que había todo tipo de festivales en México, que había todo tipo de flujos como los DVD pirata u originales y que ya no pertenecían a un lugar exclusivo de proyección.

 

-¿Qué salas recuerda que hayan sido importantes?
-Depende de qué década; he visto cómo se han extinguido muchas a lo largo de mis 60 años de espectador. Recuerdo las salas piojito del Centro donde veía tres por un peso o las mexicanas que se presentaban todos los días en la colonia Popotla; no puedo dejar de mencionar las de aventureras del Cine Universal, en la colonia San Rafael. Otro de los lugares importantes fue la Cinemateca del Museo de Antropología donde vimos todo el cine alemán. La desaparición de esos espacios no me mueve a la nostalgia; perdieron su vigencia, se acaban unos, vienen otros.

 

Los progresos tecnológicos asaltarán al cine para situar al espectador en escenarios tridimensionales con hologramas dotados de palabras, tacto y olfalto. Muy lejos quedarán esos espacios de butacas incómodas con proyectores de 35 mm pasando los más extraños e inteligentes largometrajes ajenos al mainstream enajenante de Estados Unidos. Permanecerán un tiempo más en la memoria, hasta que el tiempo seque sus huellas, los días y noches de maratón de 12 y 24 horas en el Centro Cultural José Martí, el Instituto de Investigaciones Antropológicas y en la Facultad de Ciencias de la UNAM donde el placer consistía sólo en ver las mejores obras de los más importantes directores del mundo de todas las épocas, acompañado de descafé y galletas de animalitos. No es nostalgia, es evolución.  Ahora el soporte son DVD y  Blu-Ray, sillones confortables y compartimentos especiales para colocar cajas de palomitas y envases de refrescos de 2 litros. Termina la función, se prenden las luces y la sala es abandonada al ritmo de la música que despliega los créditos. Mientras tanto, nuestro cuerpo se acopla a las nuevas arquitecturas visuales que se desarrollan como organismo complejo que apunta a la generación de nuevas realidades, nuevas experiencias y nuevas formas de vida.