Es verdad que las paredes pintarrajeadas en la ciudad no son nada agradables, pero hay que aprender a reconocer el arte callejero, que es una expresión plasmada en espacios públicos, realizada por artistas anónimos, que buscan retomar las calles y destruir las apariencias uniformes. Los grafitteros se promueven, critican la homogeneidad y lo comercial, lo superficial, para encontrar un medio y expresar su creatividad. Sin duda, esto tiene que ir más allá de sólo letras ilegibles que invaden la propiedad privada. Es un mecanismo de expresión, de conectar con nuestras raíces y nuestra mexicanidad.

 

El otro día, en una reunión con amigos, surgió toda una conversación que me gustaría compartir contigo. Mientras cenábamos, uno de los invitados se quejaba amargamente de que muchos puentes peatonales en la Delegación Tlalpan estaban cubiertos con grafitti, que había sido puesto ahí por las autoridades delegacionales y era de la opinión de que éstas no deberían promover ese tipo de actividades. Sin duda, varios amigos coincidieron con esta persona, uno de los invitados, hasta lo llamó basura urbana. Sin embargo, se los dije y lo reitero en esta columna, en lo personal considero que el grafitti va más allá de pintarrajear una pared. A través del grafitti también podemos disfrutar del verdadero arte, si lo observamos.

 

Justo leía a principios de junio, una convocatoria de la Delegación Miguel Hidalgo y del Instituto de la Juventud, para participar en el concurso de pintura mural en el Parque Lineal. Para estas fechas, ya los ganadores se estarán organizando para pintar la larga barda entre el Circuito Interior Río San Joaquín y Lago Mayor. La temática escogida era la vida cotidiana en los pueblos del país, con elementos a escoger entre casas, escuelas, mercados, iglesias, panaderías, oficinas de correos, tortillerías, cantinas, cervecerías, y pulquerías. Me muero de ganas de ver los resultados. Sin duda, esto tiene que ir más allá de sólo letras ilegibles que invaden la propiedad privada. Es un mecanismo de expresión, de conectar con nuestras raíces y nuestra mexicanidad.

 

Me encanta la frase de sabiduría popular que dice “los viajes ilustran”. Justo fue en un viaje a la hermosa ciudad de Berlín en donde me acerque a entender y cambiar la manera en que entendía el grafitti. Antes de viajar, un amigo peruano, había encontrado un artículo publicado en The New York Times sobre unos tours “alternativos”, donde la propuesta incluía un recorrido por un Berlín poco visitado donde te llevaban a conocer sitios escondidos, a aprender sobre el arte del grafitti y además visitar lugares diferentes para escuchar música electrónica y reggae. La descripción, definitivamente me causó curiosidad. La logística fue simple: llegamos sin previa cita al punto de encuentro, ubicado en el Starbucks del Alexanderplatz, a las 11.00 de la mañana y de ahí nos desplazamos en metro y a pie, por los distintos lugares.

 

En las cuatro horas que duró el recorrido, constaté que a veces una ciudad esconde mucho más de lo que observa uno como simple turista. La moderna arquitectura, impresionantes edificios antiguos e históricamente imponentes, como lo es la Puerta de Brandemburgo, el Reichstag y la Ópera del Estado símbolos de una ciudad de primer mundo, se contrastan con un gran caos. Parecería que después de derribar el muro de Berlín, se creó otra gran línea divisoria entre dos mundos que rara vez parecerían confluir.

 

El tour me ofreció un salvoconducto para entrar a lugares en los que no me atrevería a entrar sola, donde no sólo el lugar, sino también la gente intimidaban. Me adentré en una cultura que, hasta ese momento, tengo que confesar, siempre me había causado cierto enojo. Nunca había siquiera pensado en tratar de entender el grafitti; ni su mensaje, ni su protesta, ni a verlo como arte y expresión. Aprendí que el arte callejero es una expresión encontrada en espacios públicos, realizados por artistas anónimos, que buscan retomar las calles, destruyendo las apariencias uniformes. Muchas veces incluye un acto ilícito, sin embargo, ellos no ven nada ilícito en lo que hacen. Los artistas callejeros se promueven, critican la homogeneidad y lo comercial, lo superficial, para encontrar un medio y expresar su creatividad.

 

En el recorrido aprendí a identificar el estilo de algunos grafitteros, inclusive algunos que han alcanzado fama mundial, como Bansky, Jeff Soto y Alias, así como otros perdidos en el anonimato. También aprendí que no sólo se trata de pinturas, sino que también hay arte con estampas, plantillas, collages, scratchiti (grabados en superficies duras), recortes, alteraciones de publicidad y hasta instalaciones. Lo que más me impresionó es cómo este tipo de arte es pasajero, está en un minuto sobre un muro y luego ese muro es modificado o reemplazado por otra cosa.

 

Sin duda, para mi la pregunta del millón es ¿en qué punto la contaminación visual se convierte en arte?

 

No sé en que punto, pero te puedo decir que en lo personal, aplaudo los esfuerzos de abrir espacios para que los grafitteros puedan expresarse e impresionarnos con la belleza de su trabajo y que además sea algo que permita mostrar el verdadero arte callejero, ese que sí vale la pena, que inspire. No estoy de acuerdo en que pinten rayones sin sentido grafitteros novatos, y menos si es en la pared de mi casa. Sin embargo, a partir de ese recorrido en Berlín cambió mi perspectiva de ver el arte callejero. Hoy en día lo disfruto cuando veo algo que me llama, que me gusta. Te invito a observar a tu alrededor y a veces encontrar la belleza en los lugares menos esperados.

 

Espero que tengas un maravilloso domingo y recuerda, ¡hay que buscar el sabor de la vida!

 

@anasaldana

 

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Si visitas Berlin te recomiendo mucho no perderte este tour.

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