Todos hablan de ella y su extendida presencia en el paisaje nacional nos recuerda una vez más a José Vasconcelos y su triste y terrible pregunta durante la campaña del 28:

 

–Jóvenes, ¿a qué huele el paisaje mexicano?

 

–¿A maguey?, ¿a tezontle?, ¿a polvo y lodo?, ¿a pulque?, ¿a mezcal?, ¿a flores amarillas?, ¿a nieve?, ¿a azufre?, ¿a cabellera de mujer?, ¿a llanto de niño, maestro?

 

–No, señores, el paisaje mexicano huele a sangre”.

 

La violencia atávica de México presente una vez y en estos años de fracaso institucional, cuyo rostro espantoso se nos muestra día a día a pesar del maquillaje y la propaganda, se presenta como el quinto candidato.

 

Tanto como para lanzar advertencias formales desde el Instituto Federal Electoral, ante el conjuro de quienes manipulan a los aprendices de brujo y en el nombre de una movilización aparentemente democrática y limpia, convocan al magnicidio o siembran discordia con la apariencia de una inconformidad.

 

“…esta autoridad condena enérgicamente las agresiones físicas a candidatos de distintas fuerzas y la violencia ocurrida entre simpatizantes o adversarios de distintos partidos políticos.

 

“El IFE hace un llamado a las autoridades de los 3 niveles de gobierno, para adoptar las medidas necesarias y garantizar la seguridad en el desarrollo de todas las elecciones del país.

 

“…Hoy más que nunca es importante dotar de certidumbre al país entero y que el conjunto de fuerzas políticas emitan un mensaje de confianza a los ciudadanos: para actuar, expresarse y decidir en libertad…”

 

Ese ha sido el mensaje del IFE y es obvia la referencia: las movilizaciones del “#yosoy132” han llegado a extremos peligrosos en un marco de “violencia ocurrida entre simpatizantes o adversarios de distintos partidos políticos”. Puebla, Zacatecas, Querétaro.

 

Pero con independencia de las agresiones al convoy de Peña Nieto, los diletantes ya se han hallado con el cómodo asilo de la siempre disponible Comisión de los Derechos Humanos del DF y en el auditorio nombrado Digna Ochoa (faltaba más), realizarán un debate con los candidatos presidenciales, cuando los aspirantes ya han colmado la curiosidad o necesidad comparativa de los electores, quienes ruegan al altísimo por el fin de toda esta exposición de rollos interminables.

 

Todos irán a decirles a los estudiantes (sospechoso cuando el tránsito escolar se convierte en un estamento social recomendable y meritorio) sólo cuanto los convocantes quieren escuchar. Andrés Manuel saldrá en hombros de la muchachada como un novillero triunfador.

 

Vista y expuesta públicamente, entonces, la única razón de este movimiento es echar abajo al candidato del PRI, Enrique Peña. Todo lo demás resulta envoltorio de menor importancia, incluidas las superficiales convocatorias a la “democratización de los medios” o el supuesto juicio contra el gobierno de Felipe Calderón y la condena a la injusticia planetaria, incluyendo la importación temporal del liderazgo de Camila Vallejo, quien es una tarabilla de lemas globalifóbicos y lugares frecuentes en el discurso de la izquierda latinoamericana, de las venas abiertas de Galeano hasta me gustan los estudiantes de Parra.

 

Papel de China para envolver la daga.

 

Por eso vale la pena releer a Adolfo Gilly, instalado en gurú infalible en el encuentro con la multitud reunida en torno de la joven Vallejo en la Universidad Autónoma Metropolitana:

 

“…gracias a ustedes, infinitos 132, nacidos en la Ibero cuando Enrique Peña Nieto creía que nadie se acordaba de sus crímenes contra Atenco. Estamos para ver si entre todos podemos detener el regreso de esa infamia, de hombres apaleados, de jóvenes asesinados y encarcelados, mujeres humilladas y violadas que ese gobernante desató en Atenco”.

 

“No voy a discutir entre quienes van a votar o a pronunciarse de otro modo. Vengo a decir que a este señor (EPN) hay que detenerlo, y si votar para muchos es un medio, pues que lo hagan contra ese hombre. Se trata de seguir diciendo la verdad de esta elección y parar a ese señor que quiere restablecer aquel pasado” (La Jornada).

 

Hasta donde hoy se puede apreciar, los mexicanos estamos cerca de ver (por fin) el fin de una era. La docena de años bajo administraciones panistas, no produjo el resultado imaginado e invocado por la propaganda de la corrección política. La alternancia no desarrolló nuestro sistema político, por el contrario, acentuó sus defectos y dispersó sus males. Los hizo más extensos, más resistentes al cambio, más perdurables. Por eso el PAN se encamina a la derrota.

 

Pero, más allá de estas predicciones, los candidatos con mayores posibilidades de triunfo se expresan ambos, cada uno con su lenguaje, en contra de la violencia, visible o previsible.

 

Dice Enrique Peña: “La violencia y el acecho del crimen organizado no nos van a callar, y menos van a impedir a los mexicanos que el ejercicio de las libertades individuales, de la libre expresión, se siga dando en nuestro país como pilar y valor de nuestra democracia”.

 

Afirma Andrés Manuel: “¡Nosotros no queremos eso! Pensamos que la violencia genera más violencia; no podemos apagar el fuego con más fuego. Vamos a atacar las causas del delito. El problema que tenemos en México es que no hay fronteras entre autoridad y delincuentes”.

 

En ese sentido, y en un franco ataque de amnesia, el candidato del “Morena” y la coalición de izquierda, censuró la colaboración del general colombiano Óscar Naranjo en el equipo de Peña, pues la ley (no dijo cuál) prohíbe a extranjeros intervenir en asuntos de seguridad.

 

Pues si Rudolf Giuliani no nació en Macuspana, el propio Andrés habría violado la ley hoy invocada (no dijo cuál) cuando con capital público y de empresarios, lo trajo a la ciudad de México (Marcelo Ebrard era su secretario de Seguridad Pública) para realizar el más profundo análisis de la condición policiaca capitalina y plantear un ciento de recomendaciones, algunas de las cuales han sido puestas en práctica con buenos resultados.

 

Obviamente una cosa es mi extranjero y otra tu extranjero. Parafraseando a Orwell de manera convenenciera: hay unos extranjeros más extranjeros que otros.

 

Como Camila, por ejemplo, cuya condición la coloca en otro nivel.

 

Una belleza así, no es de este mundo.