Sí, ya sabemos todos sobre los hechos de esta noche, ya estamos preparados para mirar por el Canal de las Estrellas, o la frecuencia de nuestro agrado, la noche estelar de los candidatos. Ya nos prometen un debate de navaja libre y puños de hierro, golpes bajos y estoperoles en las botas, pero mientras eso ocurre, por piedad, dejemos un rato de lado las argucias del Peje, la corbata roja de Peña o los fervorines rasposos de la señora Vázquez y pensemos, siquiera para variar, en otras cosas, como por ejemplo nuestras relaciones con el mundo y la desgracia actual cuya evidencia lastima nuestro colectivo complejo de Edipo.

 

El asunto, ¿sabe usted?, es muy triste. La Madre Patria (¡vaya expresión estúpida!) no nos quiere.

 

España, ese país casi europeo, lastimado por la historia desde hace tantos años, el viejo imperio cuya “debilidad intelectual lo dejó fuera de la corriente central del pensamiento, la política, la ciencia y la economía occidentales (1)” y de la cual uno de sus poetas mayores (2) dijo: “España miserable, ayer dominadora, envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora”, prácticamente ha cerrado sus aeropuertos a los mexicanos.

 

Pero eso no reviste ningún motivo ni para la decepción ni para el resabio. Nada se puede esperar de un país cuya codicia generó (entre curas y encomenderos) el mestizaje del subdesarrollo perpetuo, condenados como estamos a la lenta solución de los conflictos genéticos de un pueblo incomprensible, por un lado devorador de corazones y por el otro matador de toros. Pura sangre.

 

Sin embargo, la historia de España y la América no se va a resolver nunca. España jamás va a cambiar su visión (alentada y fomentada por la idolatría filial y colonizada de los mexicanos). Frente a España, nunca hemos tenido una verdadera mirada crítica. O mejor dicho, la hemos tenido y sus alcances no van más allá de los pasodobles de Agustín Lara:

 

¡Madrid, Madrid, Madrid, en México se piensa mucho en ti! Puro chotis, zarzuela; capirote de Semana Santa en Sevilla, media de Curro Romero y estocadas de Antonio Ordóñez. Charanga y pandereta, cocaína de Joaquín Sabina.

 

Por eso hoy los vemos (y nos vemos) a tropezones con su fracaso en la incursión hacia una modernidad indigesta.

 

Se los dijo Ortega y Gasset, el precio consiste en unirse a la humanidad creando una nación moderna. Y aquella España (y ésta se le asemeja, digo yo) no era sino una nación invertebrada, como dice Carlos Fuentes, “un vegetal en un falso paraíso”.

 

Pero la visión tan española de regodearse en su trágico sentimiento por la vida, de vivir la historia como una intrahistoria (Unamuno) lo lleva hoy a la repugnante manera como tratan a quienes de antemano aceptan ser tratados como indeseables: los viajeros mexicanos, para quienes la marcha por la Gran Vía es sinónimo de triunfo en la vida.

 

El mexicano siempre (dice Páez) “mexhincado” frente a España y todo lo español, ya sea la revista ¡Hola!, el rey y sus elefantes, Nadal y su doble revés; las Verónicas afectadas de Enrique Ponce; las películas de Almodóvar y los libros de Ruiz Zafón o Pérez Reverte.

 

Hoy quieren los burócratas del gobierno derechista de Mariano Rajoy, una prueba de invitación para entrar a la Hispania fecunda.

 

¿Alguna vez México les pidió cartas de invitación y visas kafkianas, exigencias o requisitos a los miles de españoles a quienes les salvó la vida a fines de los treinta del siglo pasado, por no decir de otros? ¿Sabían Recasens, Pedrozo, García-Baca, Gaos, Puche, Pascual del Roncal, Medina Echavarría, Millares Carlos, Gallegos, Xirau, León Felipe, Bergamín, Pepe Alameda o Loubet, dónde iban a vivir fuera del cuartito con sillas de palo y mesa fría? Y México les dio de todo.

 

Los había traído, contra la opinión de muchos, el general Cárdenas y aquí llegaron y tuvieron casa y mujer y descendencia y tardes azules frente a la luz de las jacarandas.

 

–“Mira hija; mira las jacarandas, le decía su padre a Matilde Mantecón, míralas por última vez, el año entrante estaremos en España”. Y nunca volvieron (3).

 

Nadie les extendió, ni siquiera Francisco Franco, una carta de invitación.

 

Pero si estas exigencias son injuriosas e intolerables, la actitud del gobierno mexicano es una absoluta vergüenza. Pedirle al gobierno panista, inspirado en el esperpento dictatorial de Primo de Rivera, firmeza en la defensa de una dignidad olvidada y diluida en los caminos de la urgente inversión extranjera, es demasiado.

 

Este documento es una pena. Fue expedido por la Secretaría de Relaciones Exteriores y su meticulosa redacción más parece obra de un tinterillo de allá y no de un diplomático de aquí:

 

“En el marco de las excelentes (¿?) relaciones entre México y España y tomando en cuenta que los turistas mexicanos que viajan a territorio español son altamente apreciados y bienvenidos (y olé), los Cancilleres de ambos Gobiernos, Patricia Espinosa y José Manuel García Margallo -reunidos en Chile con ocasión de la IV Cumbre de Jefes de Estado de la Alianza del Pacífico- compartiendo la preocupación por los casos de ciudadanos mexicanos que sean inadmitidos (¿lo inadmitido es sinónimo de rechazado?) en los aeropuertos de Madrid y Barcelona, reiteran su firme voluntad de encontrar una solución satisfactoria a los problemas que hayan podido producirse (¿los que hayan podido producirse? los que se producen dentro de la excelente e imaginaria relación, Doña Paty) y que contribuyan a facilitar la entrada y tránsito de los turistas mexicanos, eliminando los eventuales casos de inadmisiones no cualificadas (esta columna ofrece una recompensa a quien le halle sentido a esta barrabasada) .

 

“En este sentido, han acordado llevar a cabo una reunión en España, antes de que termine el mes de junio, entre las autoridades Consulares y Migratorias de los dos países, con el fin de analizar nuevamente y poner en práctica de manera inmediata y definitiva las principales medidas a adoptar en relación con los controles en frontera y en particular, con el fin de aclarar, flexibilizar y simplificar los requisitos relativos a la carta de invitación (¿y por qué no aplicar la misma medida a los gachupas cuando lleguen a México?), así como la asistencia a los nacionales mexicanos a su llegada a España.

 

“La parte española reitera su compromiso de velar por los derechos de los inadmitidos mexicanos y a facilitar su acceso a la asistencia consular inmediata, así como a sus pertenencias (o sea, os jodeis pero de buen modo).

 

“Ambos Cancilleres reiteran el excelente ambiente de colaboración y amistad entre ambos países, así como la disposición mutua de una colaboración estrecha y productiva en esta materia”.

 

En América Latina hay dos grandes cancillerías. Hubo tres, pero la nuestra desapareció desde hace dos gobiernos. Hoy sólo Cuba y Brasil nos muestran caminos de señorío diplomático.

 

Hace algunos años, Estados Unidos, infectados por su paranoia ante los ataques (o autoataques) terroristas, establecieron requisitos consulares complejos y pusieron visas para los brasileños. Lula da Silva, sin alzar la voz, los repitió idénticos para los gringos. Terminaron cediendo.

 

(1) El espejo enterrado, Carlos Fuentes, Taurus bolsillo, 2001.

(2) Antonio Machado, Obras Completas, Aguilar.

(3) El exilio español en México 1939-1982. FCE.

 

 

AZUELA

Nos veíamos con frecuencia en el restaurante del Hotel Diplomático.

Llegaba Arturo en un viejo VW cuyo funcionamiento era verdaderamente un misterio mecánico. ¿Cómo podía andar esa carcacha abollada?

–Así nadie me lo quiere robar, decía con una sonrisa.

Nos acercaba nuestra vieja vecindad de la colonia Santa María La Ribera. Siempre a la mitad de la charla sobre libros y autores, se nos aparecía el quiosco con sus arcos y sus arabescos.

Hace algunos meses me enviaron un correo para un homenaje precisamente en Santa María. No pude ir por una salida intempestiva y apenas pudimos hablar por teléfono. El quebranto de su voz me hizo suponer malas noticias en un futuro cercano. Hoy esas noticias han llegado. Una pena.