La cancha política estuvo rigurosamente vigilada.

 

Adentro, los contendientes practicaron fintas, amagues, jugadas de pizarrón, tiros a gol y meros calcetinazos.

 

Afuera, todo estuvo bajo control militar-policial, incluyendo la euforia callejera, donde las porras partidistas lucieron escasas y desangeladas, sumando no más de 300 personas.

 

Un número bastante mayor formaron los trajeados escoltas y choferes de los tantos autos y camionetas de lujo —todo un catálogo automotriz— en los que arribaron candidatos e invitados especiales.

 

Y es que la seguridad del escenario fue como de final de copa.

 

Sobre la calle Dakota, corazón de la colonia Nápoles en el Distrito Federal, una valla de fierro taponó el acceso al recinto cuyo nombre no resultó nada emblemático, tratándose de un espacio de disputa por la presidencia del país: el Pepsi Center.

 

Otra muralla metálica encerró sobre la acera de enfrente a los diversos grupos de ciudadanos que se dieron cita, quienes más bien parecieron estar ahí para formar una especie de alfombra-roja de asfalto y mirar la llegada al foro de sus respectivos candidatos: Josefina Vázquez Mota, Enrique Peña Nieto, Gabriel Quadri y Andrés Manuel López Obrador.

 

Soldados camuflados con ropa negra, gorro y un letrerillo al hombro: “seguridad”. Policías federales de ambos sexos rondaron las calles en grupos de 3 o 6, luciendo uniformes de gala, chalecos, plaquitas, artilugios milico-tecnológicos y algunos con ametralladoras de miedo.

 

Incontables hombres trajeados fingían estarse quietos y atisbaban cada rincón del perímetro de seguridad que rodeó al gran edificio de Insurgentes Sur, referente urbano que pese a su nombre sajón (World Trade Center) muchos capitalinos siguen llamando: el Hotel de México.

 

Pero una vez que el reloj se aproximó a las 20:00 horas, tiempo para el silbatazo de inicio de este primer debate presidencial, una gran angustia invadió a las porras, percatándose de que por ningún lado los organizadores habían previsto la instalación de alguna pantalla de televisión.

 

Y el llamado “debate sobre el debate” recobró vida en las calles circundantes al Hotel de México, donde pudo verse que todos los restaurantes, incluyendo el instalado en el ámbito del recinto, tenían sus televisores sintonizados en el partido Monarcas-Tigres.

 

Fue así que las de por sí escasas porras prácticamente se disolvieron, dejando ver la virtual huida de no pocos hombres y mujeres que iban en pos de un restaurante en cuyo televisor no se sintonizara el fut: tarea casi olímpica que el propio narrador pudo comprobar.

 

Las excepciones fueron las de un grupo de jovencitos del equipo “Cibernautas” del PRI, quienes no sin estoicismo lograron instalar sobre una jardinera un monitor plano de 42 pulgadas y una antena de conejo, así como las de un grupo de integrantes de Morena, quienes encontraron la energía necesaria para su pequeño equipo en el encendedor de cigarrillos de un carcachón.

 

Con borrosa imagen aunque suficiente volumen, acicalado por gritos animosos: “Vamos Enrique” u “Obrador”, ambas porras llegaron hasta el pitido final.