La escalada de violencia en Monterrey logró lo que no pudieron hacer las crisis económicas: que los empresarios regiomontanos abandonaran la ciudad o aprendieran a vivir blindados, custodiados por escoltadas capacitados en Israel y limitando al máximo sus traslados.

 

De acuerdo con estadísticas del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), del 1 de enero al 31 de agosto de 2011, se perpetraron mil 407 homicidios violentos –vinculados principalmente con delincuencia organizada- en todo Nuevo León.

 

Lo anterior ya es casi el doble de todo lo que se presentó en el año 2010, cuando el estado cerró diciembre con 828 crímenes dolosos.

 

El análisis apunta a que el alza de la violencia obedece a una fuerte disputa por la “plaza” que mantienen grupos de la delincuencia organizada, principalmente Los Zetas y el cártel del Golfo.

 

Dicha situación ha golpeado particularmente a la clase empresarial de Monterrey, una de las ciudades más industrializadas de México, la tercera con mayor densidad de población, y capital del estado que aporta el 7.7% del PIB de México, según cifras de la Secretaría de Hacienda.

 

Jim Dugan, portavoz del fabricante de maquinaria estadounidense Caterpillar Inc, reveló que se ordenó a los directivos expatriados con familias en Monterrey, que regresaran a los Estados Unidos.

 

La situación para los empresarios que han decidido quedarse no es fácil, pues se ven obligados a recurrir a fuertes medidas de seguridad para proteger sus negocios y sus propias familias.

 

En entrevista con 24 HORAS, el presidente de grupo Multisistemas de Seguridad Industrial, Alejandro Desfassiaux, reveló que aproximadamente 400 regiomontanos, entre empresarios, directivos de compañías y comerciantes, han reforzado su vigilancia y protección.

 

Los servicios de protección abarcan desde la vigilancia a través de recursos humanos y tecnológicos, hasta los trabajos de investigación e inteligencia.

 

Desfassiaux confirmó que en ciudades de alta incidencia como Monterrey, las compañías de seguridad privada ofrecen a sus clientes servicios de “élite”, entre ellos, escoltas especializados en tácticas israelíes para manejo de crisis.

 

“Tenemos los especialistas entrenados en Israel que manejan cosas específicas como el control de miedo y de situaciones de emergencia”, apuntó.

 

En San Pedro Garza García, municipio conurbado de Monterrey, es notorio percatarse de cómo la sociedad reacciona ante la creciente violencia generada por el narcotráfico. Los miembros de la comunidad han encontrado en Twitter una forma de informarse entre sí de la situación en sus colonias como para tomar decisiones al día.

 

Karla Garza fue notificada por la red social que hoy no debe permitir a sus muchachos ir al Tec de Monterrey.

 

“Lo primero que hacen mis hijos antes de salir es checar Twitter porque ahí dicen lo las balaceras. Yo sólo le pido Dios que me los haga invisibles”, cuenta en la entrada de su casa donde todavía quedan hendiduras en la pared de una balacera entre soldados y sicarios el 30 de mayo de 2011.

 

 

De los puertos a la sierra

 

Monterrey y San Pedro Garza García son dos de una veintena de comunidades en el país en las que, dependiendo del nivel socioeconómico, las actividades y hasta las características de su geografía, los habitantes han cambiado sus rutinas y han decidido tomar medidas como respuesta al narcotráfico y al crimen organizado.

 

En Acapulco, por ejemplo, la escalada de violencia que lo ha convertido en el segundo municipio con más homicidios atribuibles al crimen organizado –mil 206 de enero a septiembre de 2011- se ha frenado el crecimiento del turismo en el puerto, el cual se refleja con hoteles ocupados a la mitad y una vida nocturna disminuida.

 

Esto ha orillado a empresarios y líderes vecinales a impulsar campañas de promoción para convencer a los turistas de que Acapulco es seguro para los visitantes.

 

El presidente de la Asociación de Hoteles y Empresas Turísticas de Acapulco, Pedro Haces Sordo, reconoció en entrevista que la ocupación hotelera a lo largo del año oscila del 50 al 52%, con excepción de algunos fines de semana de puente donde se han registrado “picos” del 75% en general.

 

“Incluso con la influenza estaba un poco mejor la situación porque mucha gente optó por venir a los sitios turísticos desde las ciudades; tenemos que ver ahora que estamos en una recesión económica desde hace tiempo y que lo de la violencia es una problemática nacional, no nada más de Acapulco”, señaló.

 

Las comunidades de indígenas tepehuanos de El Mezquital, Durango, también han tomado sus propias decisiones frente a la violencia por el narco. Dormir en el bosque es más seguro para ellos porque sólo así consideran que pueden sentirse a salvo, y si llegan los comandos de 10 o 15 camionetas, pueden mantenerse escondidos, sin temor de ser acribillados o levantados.

 

Reacciones peculiares

 

Otros grupos de la sociedad tienen reacciones muy peculiares que dicen les funcionan frente a los narcos. En las playas de Tijuana, por las mañanas se disfruta del sol, el mar y la arena, pero por las noches estos paraísos se transforman en centros ceremoniales utilizados principalmente por policías municipales de élite para protegerse de la violencia de las bandas de narcotraficantes.

 

De acuerdo con algunos testigos, estos ritos de santería se realizan las noches de luna llena y algunos de ellos incluyen la colocación de tatuajes y la utilización de gallos muertos.

 

Algunos oficiales consultados aseguran que este tipo de protección “divina” les ha permitido evitar levantones y sobrevivir durante algún enfrentamiento.

 

“Los narcos que operan por estos lados le rinden culto a la Santa Muerte; ellos practican ritos narcosatánicos, por eso no les pasa nada y los vemos muy campantes. Por eso nosotros necesitábamos de un tipo de protección especial y optamos por la santería afroantillana”, cuenta.

 

En Saltillo, Coahuila, llama la atención de que más allá de que los vecinos han tomado también sus propias medidas, el entorno violento y el cada vez más común ruido de ráfagas de rifles de asalto, han ido transformando la vida diaria de todos ellos, incluso de los niños, quienes hasta ven como normal “jugar a los narcos”.

 

 

De norte a sur

 

Un recorrido por distintas comunidades permite ver otros ejemplos. En Cuencamé, Durango, los comerciantes han cerrado sus negocios y han escapado a otras regiones del país; en Torreón los antros han ido clausurándose y subsisten pequeños bares sólo para hombres que lucen semidesérticos; en Fresnillo, la segunda ciudad más importante de Zacatecas, los sábados y domingos las familias han dejado de “dar la vuelta” en auto por las calles centrales, y en Ciudad Juárez, los negocios y las casas quedaron abandonados para reconstruirse en El Paso, Texas.

 

Los menonitas de Sombrerete, Zacatecas, huyeron a Canadá, EU o Alemania, de donde son originarios, ante el temor de ser secuestrados; en Culiacán, familias enteras han optado por contratar planes de telefonía celular para comunicarse por lo menos tres veces al día con cada integrante para saber cómo y dónde se encuentran, o en Santiago Papasquiaro, Durango, ya buscan negocios alternos a la venta de prendas de vestir al estilo de la Fifth Avenue, como ocurría antes.

 

En el centro del país también ocurren cosas. Los autobuses en Pachuca dejaron de circular por las noches; en fraccionamientos de Ixtapaluca, Estado de México, los vecinos han colocado mantas contra secuestradores y narcos advirtiéndoles que serán linchados si se acercan por ahí, y en Morelia, la gente ha dejado de salir o entrar por carretera para evitar los falsos retenes y mejor viajan en avión.

 

Más al sur, en el Istmo de Tehuantepec, aunque según los mapas del gobierno federal no existe tanta violencia, para los colonos esto no es así y decidieron dormir temprano. Después de las 10 de la noche ya no hay nadie en las calles.