La revista de cultura global con mayor influencia en la demografía bon vivant es Vanity Fair. En ella, entre la literatura y la moda existen cinco páginas de distancia; entre la política y las playas, tres anuncios, el de Louis Vuitton mostrando a Angelina Jolie, embajadora de la buena voluntad de ACNUR (lo mismo en el campamento Shousha donde descansan los refugiados libios que en Túnez, bendiciendo los buenos tiempos democráticos, siempre, claro, con un bolso bajo el brazo y con ambiente ornamental producido por los programas de las máquinas Apple); el de Chanel, obsequiando a los voyeurs de impresos a Natalie Portman como femme fatale post Cisne Negro.

 

En pocas palabras, en la cultura global del von vivant subyace el zapping del placer (de ahí que Vanity Fair se convierta en la mejor sala de estar desde donde se emprende el viaje al placer haciendo varias escalas memorables) y el de Tréson, interpretado por Emma Watson (en construcción de una imagen sex simbol sobre los cimientos infantiles de Harry Potter); y, finalmente, entre la hotelería y la filosofía tres planas publicitarias: Eau de perfum, bajo la conducción del maniquí Eva Mendes, Rolex con estilo deportivo bajo la firma de la tenista Ana Ivanovic y, por si fuera poco, el antiguo Omega con el botox de Nicole Kidman para oxigenar la marca.

 

En enero, Vanity Fair romperá los dígitos de venta poco imaginados por los directivos de la revista. Lady Gaga, la figura más innovadora del mundo del mainstream, frente al lente de la cámara de Annie Leibovitz, la fotógrafa graduada en la generación esteticista de Jeff Koons. Ambas se encargarán de catalizar la venta de la revista en todo Estados Unidos y, por supuesto, el mundo entero (la edición en español tardará tres meses en distribuirse). El zapping perfecto del marketing global. El binomio mainstream más buscado.

 

¿Lady Gaga es Totalmente Vanity Fair?

La innovación de Lady Gaga se adhiere a la comprensión de la época actual: estética ornamental dialogante, ciclo acelerado de vida en los productos y servicios, y mestizaje pop. Al subir a la pasarela con vestido tejido con tela comestible, aunque cruda, Lady Gaga se convirtió en el imán de los ojos globales. Eso sucedió hace “muchos” años. Hoy, ese vestido no existe, quizá se ha descompuesto, a menos que la cantante haya instalado un ropero en el interior de un congelador.

 

Su innumerable cambio de ornamentos esteticistas representan al acelerado ciclo de vida del producto: nacimiento, introducción, madurez y muerte. Swatch, en su momento, decidió romper con el paradigma del infinito. El reloj del abuelo duraba toda la vida. Comprar dos relojes, impensable. En el diseño plastificado Swatch encontró el vehículo para lanzar y matar a sus propios productos. La competencia, mientras tanto, enloquecía.

 

Con Lady Gaga sucede algo similar. Mientras Madonna duerme en los gimnasios para evitar que la naturaleza circule por sus venas (el ejercicio como el proceso milagroso de preservar una elasticidad de una chava de 23 años), Lady Gaga esconde su rostro con ornamentos esteticistas desde donde emergen millones de dardos dirigidos a los sentidos de sus fans y no fans. (¿Cuántos años tiene Lady Gaga?).

 

 

Mientras Britney Spears viaja a Latinoamérica para tratar de reciclar su finitud de éxito detonado por la ausencia de innovación y exceso de hamburguesas, Lady Gaga compra cajitas felices para diseñar sus vestidos hiperrealistas.

El espectáculo del siglo XXI ocurre en las arenas tapizadas de fans. En Vivo la experiencia se puede tuitear. Lo de ayer, le corresponde a Facebook. Los discos han pasado a formar parte del pasado y de iTunes. Primera derivada: el pasado. Segunda derivada: iTunes. Ni modo. El disco bautizado como Femme fatale de Britney Spears se ha convertido en un lindo cuento infantil leído por Lady Gaga.

 

 

La mejor interpretación de Lady Gaga no es Marry the night, video difundido a la carta por YouTube (no es necesario decir que rompiendo récord de visitas) y, de manera secuencial, por MTV, en realidad, la mejor interpretación de Lady Gaga es la de la indignada en tiempos de indignados: “Nunca he sentido el verdadero afecto de un amante. Sufro de una incapacidad para saber cómo es la felicidad con un hombre”. Así es. Detrás del disfraz de Lady Gaga existe un discurso. “A veces parece que con ellos tengo una competición para ver quién la tiene más grande. Si me pongo al piano y escribo una canción rápidamente, y la interpreto, se enfadan por lo rápido y fácil que es. Pero yo soy así, y no tengo que pedir disculpas por ello”. En la raíz de las palabras, toda una declaración de indignada en contra del machismo o, si se prefiere, la filosofía de la deconstrucción transmoderna, es decir, revelar lo que la costumbre cubre con sonrisas.

 

 

Lady Gaga ingresa a Vanity Fair por ser un referente en el mainstream pero, al mismo tiempo, revela la identidad que cubre a la estrella más innovadora del momento.

Entre Tréson y Chanel, Lady Gaga.

 

 fausto.pretelin@24-horas.mx / @faustopretelin