Su legado en vida es el sueño estetizado; la estética como vehículo para viajar hacia la fantasía. Su misión de vida se bifurca en dos caras de una misma moneda: el progreso y la promesa de vida estadunidense. No pertenece al poder blando ni tampoco al duro; forma parte del poder del mainstream. Nace en un periodo, bautizado por los historiadores, como “el largo siglo 19”. El largo siglo 19 retoma la inercia de la Revolución Francesa y concluye con el primer disparo de la Primera Guerra. Es la Biblia de la Imagen, o si se prefiere, el The Economist de las vanidades: Vanity Fair (VF) cumple 100 años y goza de cabal salud por la sencilla razón de que es vanguardista. De la sociedad del café a la sociedad del iEstrés (el dictador de la felicidad, Steve Jobs, no dejó un simple legado, trastocó a los anquilosados estudios antropológicos); del jazz al prêt-à-porter de bajo costo llamado Miley Cyrus: la feria de las vanidades ha permutado en un Imperio del Ornamento Estético. La imagen dice más que las palabras; la imagen ha terminado por sustituir al ser.

 

Al nacer VF, que en realidad se llamaba Dress&Vanity Fair, Sigmund Freud evaporaba el determinismo histórico del humano; en efecto, Freud se convirtió en el primer espeleólogo del deseo. En Nueva York, Duchamp, Braque, Kandinsky y Picasso irrumpían en las galerías monocromáticas, mientras que Joyce comenzaba a entregar los primeros capítulos de su Ulises.

 

Las fábricas desmontaban la esperanza de la libertad; la producción en línea de Ford detonó la revolución de la comodidad a través del coche (negro). Entre aquella ápoca y la actual, Hollywood de por medio. Las películas realizadas para las grandes audiencias se convirtieron, gracias a la magia de los publicistas, en historias hípersegmentadas: la imagen a la carta; el ornamento como ideología política.

 

La vida es el rompecabezas estético sublime por naturaleza: letras, teatro, cine, música, arte, moda, y finalmente política; al centro, el ser humano y sus vanidades (no circunstancias). Por la pasarela de VF han pasado gigantes: Lippmann y Huxley; Wodehouse y Leacock; Matisse y Modigliani.

 

La vida monótona destruye al ser humano; la plasticidad del arte le da un contexto distinto al ser burocrático del siglo XX.

 

El director del FBI caricaturizado por Risko, en marzo de 1993; Demi Moore, de perfil, desnuda y embarazada; el lente de Anni Leibovitz inventando atmósferas con Scarlett Johansson y Keira Knighley. En el fondo, las Torres Gemelas y el ascenso de Obama, el post político; en retrospectiva, el beso de Monica Lewinsky a Clinton; la obsesión freudiana de Bush sobre Sadam; Vietnam y la droga; las guerras. La visión etnocéntrica de Estados Unidos.

 

Si los publicistas inventaron a las marcas; el marketing se encargó de reinventar al ser humano: lo sacó de la fábrica y lo incrustó en un spot: Modern muse be an inspiration (Estée Lauder); Ralph Lauren, tan estadunidense como McDonald´s; Dior, tan francés como Napoleón, tan global como Natalie Portman; Armani, lo que Berlusconi no es; Burberry, lejos de la Tercera Vía; Cartier, el milagro provocado por un simple detalle; Michael Kors, el lujo atípico; Céline, el viaje al fin de la noche; Chanel, Coco mademoiselle; Zegna, el poder no se ejerce, se viste.

 

Si al muro de Berlín lo convirtieron en el museo del Polvo, VF colabora con disipar la frontera entre la suave publicidad y la realidad, llamada dura. Así, vemos a Nicole Kidman reinventándose como femme fatale a través de los bolsos Jimmy Choo; por su parte, el arquetipo de la elegancia, lo es gracias a los relojes Longines circundando la muñeca de Kate Winslet.

 

Kate Upton, graduada en la escuela Victoria´s Secret, ocupa la portada del número de aniversario de VF. Sobrina del congresista republicano Fred Upton, le responde a VF con un “yo dejo el tema de la política a él”, después de que el periodista le recordaba la posición contraria de su tío respecto al matrimonio gay.

 

El éxito de una revista está en no interpretar la vida como revista, sino retratarla.