Han transcurrido 10 años desde que Eva se enteró que tenía VIH, sin embargo todavía está enojada con su ex marido por haberla contagiado.

 

La mujer de 53 años tenía cinco años separada de su esposo cuando la diagnosticaron; su esposo murió meses después porque ya tenía SIDA. “Para mí fue muy impactante saber que era un enfermo terminal, que estaba muriendo. Y cuando a mí me lo dijeron no me dio miedo, me dio coraje. Porque yo no tengo tatuajes, no tuve transfusiones, no estuve en un accidente, no fui promiscua. Viví con él hasta que decidí separarme por violencia”.

 

Eva recordó que desde niña fue agredida por su madre. A los 15 años escapó de su casa con quien fue su marido, y con quien soportó más violencia, golpes y abuso sexual. La violencia llegó al extremo de causarle una fisura craneal y la pérdida de un hijo.

 

Un día se hartó, tomó a sus hijos, sus cosas y se fue. Cuando su vida parecía tranquila y tenía una nueva pareja se enteró de esta noticia y de que su ex esposo era el responsable.

 

“Sigo enojada. Yo siempre les he dicho que qué bueno que él falleció. A la gente le da risa cuando digo que gracias a Dios falleció. Pero la misma violencia me hizo así. Si él me lo hubiera dicho cara a cara (que tenía VIH) creo que la que estaría presa sería yo”.

 

Sobre su familia, cuenta que al enterarse de que era portadora la rechazaron. Incluso sus hermanos le pidieron que dejara la casa de su madre.

 

Estudios de la asociación Salud Integral para la Mujer (Sipam) indican que más de la mitad de las 26 mil mujeres que tienen VIH lo adquirió con una pareja que ejercía violencia sexual sobre ellas.

 

Pero la violencia no termina allí, porque una vez que son diagnosticadas comienza la discriminación y el rechazo de la misma pareja, la familia y la comunidad.

 

A una década de su diagnóstico, Eva se dice liberada. “He aprendido a romper tantas cosas que me hizo sentir, he aprendido a saber que sí valgo, que tengo la capacidad de aprender y me siento capaz”, afirma la mujer.