“Quiero dar un panorama de Dublín tan completo que si la ciudad desapareciera mañana de la faz de la tierra se podría reconstruir a partir de mi libro.” Esta es la frase de James Joyce para describir su libro Ulises, su obra maestra en 18 capítulos que narra la vida de Leopold Bloom, un Ulises moderno. Uno se preguntaría ¿por qué James Joyce, uno de los autores más importantes de la literatura inglesa contemporánea nunca ganó un Premio Nobel? La única razón lógica que se me ocurre es esta: porque estaba loco, ¿y quién no lo estaría después de recibir una educación jesuita tan estricta?

 

Joyce, el primero de 10 hermanos  de la familia de John Joyce y May Murray, nació el 22 de febrero de 1882 a las afueras de Dublín, en Irlanda. Se sumergió por primera vez en el mundo de la literatura a los 9 años, cuando escribió su primer poema: Et tu Healy. A partir de ese momento y durante el resto de su vida, hasta el día de su muerte, James Joyce jamás soltó la pluma.  Graduado de la Universidad de Dublín con una licenciatura en literatura y lenguas, para cuando terminó la escuela ya hablaba inglés, francés, latín, italiano, alemán, danés (que aprendió para leer a Ibsen), un poco de ruso y español. Años después la curiosidad del literato lo llevó a incursionar en la medicina, pero el intento falló gracias a su latente necesidad de redactar historias sobre su patria.

 

Siempre perseguido por las deudas y el alcoholismo de su padre, Joyce creció desahogando sus miedos en la historia de su alter ego, el joven poeta Stephen Dedalus o Leopold Bloom, el protagonista de la trilogía el Retrato del artista adolecente, Ulises y finalmente El despertar de Finnegan, además de los personajes de otras recopilaciones como Dublineses y la obra teatral Exilios. Siempre complejos y atormentados, con un deber artístico intrínseco e innegable,  los personajes de Joyce se desenvuelven en una Irlanda llena de enemigos y traiciones, problemas y desgracias, justo como el mismo Joyce la vivió,  hasta que, por decisión propia, se separó de la iglesia con desprecio y se autoexilió en diversos países de Europa como Francia, Austria y Croacia.

 

El día 16 de junio de 1904 es un parte aguas en la vida del escritor irlandés, pues conoció al amor y la única mujer en su vida, Nora Barnacle y comenzó a escribir su obra más importante. Hoy en día, en Irlanda y el resto del mundo se celebra el “Bloomsday” o el día de Bloom, el personaje principal de Ulises. Gracias a esta obra y la locura de su autor, nace la técnica literaria de monólogo interior o flujo de pensamiento, que radica en que el lector puede adentrarse en la mente del personaje sin necesidad de un intermediario o narrador y que encuentra su punto más importante en el mónologo de Molly Bloom en Ulises, el más largo en la historia de la literatura, sin signos de puntuación ni mayúsculas. La lengua siempre determina el pensar de una cultura y generación, por ello el novelista decidió liberarse de las cadenas y tradiciones de la lengua inglesa y comenzó a crear un lenguaje propio. También se le adjudica a Joyce la creación de las epifanías, que según Helena Beristaín es una “revelación que proviene de una impresión intensa y sorpresiva experimentada por un poeta, lector o personaje literario. Quien la experimenta ve modificada su personalidad porque a través de esa vivencia aprehende nuevos e intrincados secretos, aspectos y matices de la realidad, los cuales hacen posible una reflexión más profunda acerca de la existencia.”

 

Nora será la musa inspiradora de Joyce por el resto de su vida, y como él mismo aseveró alguna vez “mi Irlanda portátil durante el exilio”. Juntos tuvieron dos hijos, Giorgio y Lucía, y no se separaron a pesar de que James, como su padre, se volvió alcohólico y sufría graves problemas económicos debido a la dificultad de publicar sus obras en esa época. Incluso Leonard y Virginia Woolf quienes tenían una imprenta rechazaron la oferta de publicar el Retrato del artista adolecente, que salió a la venta en 1916 después de más de cuarenta intentos por parte del escritor y diversos editores. Cuando Joyce perdió la vista en el ojo derecho después de doce operaciones, Nora se dedicaba a descifrar sus garabatos para publicar su Obra en curso,  más tarde titulada El despertar de Finnegan, el libro más importante con el que Joyce contribuyó a la literatura universal. La obra narra la muerte y resurrección de Tim Finnegan por medio de juegos de lenguaje, diálogos internos y una mezcla de por lo menos diecisiete lenguas. El escritor tardó dieciséis años escribiendo este libro, publicado en 1939, que mezcla el ideal lingüístico de Joyce, un lenguaje que pudiera se sirviera de todos los demás sin encerrarse en una tradición, debido a que pensaba que se le había agotado el inglés.

No se puede hablar de Joyce sin tocar el tema del lenguaje, así como no se puede separar de la psicología, Ulises o el alcohol.  Así, dentro de esta trilogía magistral, el Retrato del artista adolescente es un despertar, el amanecer; Ulises es una insondable anatomía del día, y sin duda El despertar de Finnegan es la noche, la noche más profunda, onírica y entrañable de la literatura. A pesar de que el autor negó rotundamente alguna asociación de su obra con el psicoanálisis, el mismo Carl Jung se ofreció a psiconalizarlo y estaba profundamente interesado en sus letras. Debido a lo anterior, la obra de Joyce es tan compleja que como él mismo declaró “es prácticamente intraducible.”

 

Las creaciones de Joyce han marcado una pauta incuestionable en la tradición literaria inglesa, con un diálogo interno tan reflexivo e intenso que las necesidades centrales del espectador común se ven delimitadas por el sentir de sus personajes que dictan el rumbo de muchos escritores y lectores a partir de ese momento.  Así, con una epifanía, después de una vida llena de locura, rechazos y letras, muere James Joyce el 13 de enero de 1941 envejecido prematuramente y enfermo con una úlcera perforada a causa del alcohol, dejando a su esposa Nora y sus hijos, la esquizofrénica Lucía y Giorgio, quien heredó la voz de tenor y el talento musical de su padre, junto con un legado literario inigualable que no necesita un Premio Nobel para ser festejado y admirado hasta nuestros días.