Cinco meses después de que unas marchas que reflejaban la falta de legitimidad política ante la crisis económica prendiesen la mecha de la indignación en España, el movimiento de los Indignados sigue en las calles. Ayer, su misma indignación se reflejó en más de 900 movilizaciones en 80 países del mundo, México incluido. El 15 de octubre ha revivido el espíritu del 15 de mayo español.

 

“Salimos a la calle para pedir cambios políticos y económicos, queremos más participación en la toma de decisiones, los políticos no han sido responsables y han claudicado ante el poder económico” explica respecto a la movilización de ayer Florencia, miembro de la Acampada de la Plaza del Sol de Madrid, catalizadora del movimiento español. Por el contrario, proponen una “democratización de la economía y de la gobernabilidad europea que permita la construcción de un nuevo modelo de bienestar social”. Estas demandas reflejan la esencia de los indignados. Esos miles de jóvenes, y no tan jóvenes, que llenaron las plazas españolas hartos de la corrupción, la caída de la representatividad de los partidos políticos, los recortes sociales con la crisis y la falta de oportunidades. “Hemos sido hijos de la comodidad, pero no seremos padres del conformismo”, rezaba una pancarta en la Plaza del Sol.

 

Y es que el movimiento lo componen mayoritariamente la generación que tiene ahora entre 18 y 35 años, la que creció en el estado de bienestar, que de repente tuvo capacidad adquisitiva, que acudió masivamente a la universidad, y que cuando salió, le atrapó la crisis económica y se dio de bruces con la realidad: sin trabajo, sin casa y frente al desmantelamiento neoliberal de las prestaciones sociales. Pese a ser los más formados de la historia de España, más de un 40% de ellos están desempleados dentro de un país con una tasa de desempleo general que ya rebasó el 20% de la población. Y además ven que esa Europa que facilitó el boom económico post-franquista es la que ahora obliga al gobierno a implementar los mayores ajustes presupuestarios de las últimas décadas, que golpean directamente las conquistas sociales ganadas por sus padres.

 

Contra eso se indignan y se organizan, al margen de sindicatos, partidos o cualquier sigla política. Esta determinación, que rehúye las estructuras de la izquierda tradicional, favoreció la adscripción al movimiento de una gran parte de la ciudadanía que asistía inerme a la crisis política y económica y, sobre todo, le dio voz. Pero lo hicieron bajando la política a las calles. Al hacer asambleas multitudinarias en las plazas pusieron en práctica esa “democracia real” que reivindican y se reapropiaron del espacio público en un momento donde éste está siendo privatizado.

 

Ahora, cinco meses después, esa praxis política se ha desplazado a los barrios, a los pueblos, donde los indignados hacen asambleas intergeneracionales con sus vecinos para discutir por qué la crisis ha cerrado el centro de salud de la zona, cómo generar autoempleo o cómo apoyar comunitariamente a esa familia que no puede pagar la hipoteca y va a ser desalojada de su casa. Solo en la Comunidad de Madrid, están funcionando más de cien asambleas locales hijas del 15-M. Cada una desde sus modos, con diferentes velocidades y propuestas, pero todas comparten el compromiso con el diálogo y la construcción desde abajo.

 

“Estamos recuperando los vínculos sociales y humanos, para generar alternativas al sistema, para que no tengan que pasar por los gobernantes, que, presos por las instituciones financieras globales, se han mostrado incapaces de darnos respuestas”, asevera Florencia y agrega que el reto principal está en “mantener esa cohesión social”. “Es un trabajo de hormigas y se diversifica en cada lugar pero no nos importa no avanzar tan rápido”, añade Jaume Desclós, desde Barcelona, donde funcionan otras 36 asambleas barriales.

 

En este sentido se desmarcan de la campaña electoral que ya está en marcha, ante las elecciones generales el próximo 20 de noviembre. “Este sistema bipartidista no funciona”, señala Desclós y recuerda cómo el partido en el gobierno, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), ha contado con el apoyo de su principal opositor, el Partido Popular (PP) para implementar las políticas de ajuste, hasta el punto de que ambos reformaran la Constitución para limitar el déficit público. Sin embargo, cree que lo peor está por llegar. “Esta crisis no ha hecho más que mostrar las orejas. Se avecinan recortes más drásticos, y con el triunfo del PP en el horizonte, se viene más crisis y más convulsión social, porque además los populares reprimirán el movimiento con más saña”, augura.

 

Ante este panorama económico social los indignados apuestan por “seguir construyendo desde abajo” en lo local, y reforzar la articulación por “el cambio global” con movilizaciones como la de ayer, que recogen las diferentes indignaciones de todo el mundo.

 

*Corresponsal en México del periódico español Público