En la Alemania nazi, hace 80 años, ser homosexual resultaba una sentencia de muerte. No había distinción entre gitanos, judíos u homosexuales. Para el nazismo todo era detrito.

 

Siglos antes, en plena Edad Media, la Iglesia católica persiguió a los homosexuales como apestados. En esa persecución diacrónica se llegó a la Inquisición, donde miles de ellos perecieron abrasados en hogueras debido a su condición sexual.

 

Afortunadamente todo eso queda ya en los libros de historia, aunque todavía existen pensamientos retrógrados que no llegan a comprender por qué dos personas de la misma condición sexual puedan emprender una vida en común.

 

Esta reflexión la hago porque acaba de terminar la marcha del orgullo gay. Por todos los motivos históricos y porque, soy un hombre librepensador, acepto, respeto y sobre todo integro a los homosexuales a la sociedad, lo mismo que a los heterosexuales.

 

Tengo amigos muy cercanos a los que quiero como hermanos, que son homosexuales y son caballeros de los pies a la cabeza, hombres que se visten por los pies -como decimos en España- porque viven con rectitud y dignidad y toman la vida con desafío, con decisión, sin titubeos; ésos son hombres independientemente de su orientación sexual.

 

Ahora bien, una vez dicho esto, lo que me parece una extravagancia es que tengan y celebren su día, alargándolo a toda una semana. Y eso no lo entiendo porque a lo largo de la historia han luchado, arriesgando sus vidas, por una inclusión normal en la sociedad. Lo que no alcanzo a entender es por qué querer hacer de lo normal algo extraordinario.

 

¿Para qué hacer toda una semana extraordinaria del orgullo gay ensalzando lo que debiera ser ya algo común en la sociedad? Eso es lo que no llego a entender porque cuando se redunda una y otra y otra vez en la reafirmación, a veces machacona, es donde se cae en la ambigüedad y la incertidumbre.

 

De la misma forma las mujeres deberían tener su propia semana. No nos olvidemos que en la historia han sido tratadas como personas de tercera categoría, que carecían de derechos, que hasta hace muy poco no podían votar, que hoy aún existen desigualdades económicas y laborales entre ambos géneros, que existe violencia de género, y así, un rosario de obstáculos que han tenido que ir sorteando. Pero no por ello hacen toda una semana dedicada a ellas.

 

O los refugiados, cuyo día acaba de celebrarse y nadie se ha enterado. Porque esa pobre gente -muchos millones- no tiene ni derechos ni recursos. No conozco a nadie que les organice una semana en su honor.
¿Y qué me dicen de los niños soldados? Y tantos colectivos que han sido discriminados, explotados, vejados que podría darme para otro artículo.

 

Por supuesto que me siento orgulloso de que la sociedad avance y los homosexuales estén integrados cuando nunca debieron no estarlo. Por supuesto que aplaudo sus victorias porque se lo merecen. Por supuesto que les defiendo si veo algún oprobio contra ellos. Pero una cosa es eso y otra muy distinta es hacer alarde de su orientación sexual durante días para reafirmarse en búsqueda de una normalidad que, con sus excesos, la vuelven en algo ilógico.

 

No hacen falta tantas carrozas para reivindicar algo que es consuetudinario en una sociedad que avanza muy rápido en este siglo XXI.

 

aarl