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Una de mis cosas favoritas del Distrito Federal es la diversidad de experiencias que ofrece. Ya hace tiempo había visitado el Barrio Coreano, ubicado en la Zona Rosa en lo que fuera una isla delimitada por Florencia y Niza, hacia Sevilla y conocido popularmente como Pequeño Seúl. Ahí, mientras uno va caminando, se encuentra varios supermercados en los que se venden todo tipo de delicias coreanas. Hay restaurantes, tiendas de renta de películas, peluquerías y hasta consultorios médicos. Así, uno se topa con parejas de coreanos tomando un helado, una familia caminando con la abuela, un joven fumándose un cigarro en la banqueta. Es sólo cosa de observar.

 

De acuerdo con un reporte de 2011 del Ministerio de Asuntos Internacionales y Comercio de Corea del Sur, viven en México 11 mil 800 coreanos.

 

La primera ola migratoria fue a finales del siglo XIX, cuando llegaron a trabajar en las haciendas henequeneras en Yucatán con la idea de trabajar cinco años y hacer fortuna. Al pasar los cinco años, muchos ya no pudieron o no quisieron regresar, por lo que se dispersaron por todo el país, llegando hasta la Ciudad de México.

 

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