Un día, Andrés Manuel López Obrador señalaba cómo algunos políticos (que no son de Morena, decía él) ignoran las críticas y los señalamientos de corrupción.

 

–¿Hacen como que la Virgen les habla?, le pregunté.

 

Él hizo una pausa. Me miró. Y antes de hablar se tomó un momento para reflexionar.

 

–Yo no me meto en eso… yo respeto.

 

Se refería a la alusión a la Virgen, lo cual me sorprendió, porque cada uno de sus discursos los inicia citando a Benito Juárez, el presidente que decretó una serie de leyes que quitaban a la Iglesia las actividades y tareas que correspondían al Estado, y que habían asumido como suyas. Que, además decretó la Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos.

 

Pero después de un análisis de su discurso he percibido esa contradicción de manera más clara. Por lo que no sorprende que, a pesar de sus palabras religiosas, Claudia Sheinbaum, una de sus más cercanas colaboradoras haya destruido un templo, en la Delegación Tlalpan y arrojado las imágenes religiosas a la calle.

 

Recuerdo algunas de las palabras de AMLO en los mítines, a los cuales él llama asambleas ciudadanas.

 

“Yo tuve un problema de salud, me dio un infarto, pero ya estoy recuperándome… por la suerte, por la ciencia, por el Creador estoy vivo”.

 

“Dios no quiere que nadie sufra… esto es por el mal gobierno y la corrupción”, dice en otras asambleas.

 

Por eso la destrucción de la capilla en Tlalpan, por parte de la jefa Delegacional, Claudia Sheinbaum, suena incongruente con ese discurso. Pero es igual de incongruente que todo el discurso que empieza citando y exaltando la figura de Juárez y termina con agradecimientos y alusiones a Dios.

 

Fue un error la destrucción del Templo en Tlalpan, dice ella. Pero lo dice ahora que ya hizo el cálculo político, no porque se haya equivocado de dirección, o de inmueble o de acción.

 

Ese acto me recuerda a la lideresa priista de Chimalhuacán, Guadalupe Buendía Torres, conocida como La Loba.

 

En 1996, La Loba desalojó en el Barrio Plateros, la capilla de Santa Juanita de Los Lagos. Le había prestado el predio al párroco para que improvisara el templo, y cuando decidió ampliar una escuela, le dijo al sacerdote que le devolviera el terreno. Él no accedió de inmediato, por lo que ella destruyó la capilla y arrojó las imágenes a la calle.

 

El argumento de la lideresa era el del Estado Laico y la necesidad de educación, muy válido. Pero después cuando vio la reacción de la Iglesia y sus seguidores, expresó arrepentimiento y hasta reconoció que había sido un error. Es más, llamó a una conferencia de prensa para decir que ella no era así. Que satanizaban su imagen.

 

Es curioso cómo dos personajes que se encuentran en lados opuestos de la política: una en Morena, recientemente, y la otra en el viejo PRI, actúan de la misma forma. Justifican sus actos con el discurso de la legalidad y el Estado laico, y después, cuando llegan las críticas, se arrepienten y dicen que fue un error.

 

No cabe duda que los extremos se juntan en algún momento.