Cada mes de diciembre podemos desempolvar el texto del año anterior y volver a lamentar el desempeño de los equipos mexicanos en el Mundial de Clubes. Ya por horribles actuaciones o habiendo merecido más, ya por soberbia o incapacidad, ya por brillantez del rival o pánico escénico, ya por errores arbitrales o propios…, la constante es que en ese torneo no conocemos la eficacia.

 

Lo que comenzó tan promisoriamente en el debut, con Necaxa empatando ante Manchester United y derrotando por penales a Real Madrid, ha devenido en un certamen fatídico para nuestro balompié. Espejo de una liga sobrevalorada donde el dinero no se traduce en calidad o competitividad internacional; el Mundial de Clubes refleja la mediocridad de nuestro futbol.

 

Lo mínimo aceptable en un evento que incluye a los campeones de cada confederación sería ocupar fijamente el tercer sitio y acceder eventualmente a la final. ¿África?, ¿Asia?, ¿Oceanía? Ningún cuadro de estos continentes debería lograr anteponerse jamás a los mexicanos. ¿Europa o Sudamérica? Al menos, de vez en vez, tendría que existir un gran resultado ante ellos.

 

Desde lo de Necaxa, en el año 2000, hemos tenido 11 representaciones sin que una sola haya logrado superar a un rival de UEFA o Conmebol y con apenas un emisario (Monterrey, 2012) accediendo al tercer puesto. Es decir, que con el formato actual del Mundialito, sólo en una ocasión se ha logrado lo mínimo aceptable, que sería ratificar a nuestro hemisferio como tercera fuerza a nivel de clubes. A cambio de eso tenemos a Concacaf ubicada como la segunda peor confederación, sólo por delante de una Oceanía que a menudo manda a sinodales semiprofesionales (como el que quitó el tercer lugar a Cruz Azul en 2014, con más carpinteros que futbolistas de tiempo completo).

 

Que el América haya estado mejor este año que el pasado (con aquella eliminación contra un conjunto chino, peor no se podía), de ninguna forma significa que haya cumplido. No, como la abrumadora mayoría de los equipos mexicanos no lo han hecho. Muchos argumentarán que al menos se evitó la goleada frente al Real Madrid, y al hacerlo desnudarán nuestras limitadas aspiraciones.

 

Así como el Mundial de Selecciones nos recuerda cada cuatro años que no estamos más que en el top-16 (ya que cada quien concluya si eso es bueno o malo, si eso es mucho o poco), el Mundial de Clubes evidencia a cada diciembre que la confederación en la que presumimos total hegemonía, no es más que la segunda peor del orbe.

 

No pueden ser casualidad esos 11 años con apenas una subida al lado más bajo del podio. Nuestra liga se ha quedado atrás en casi todo, menos en su fuerza de negocio, menos en su músculo del millón, menos en su capacidad para superarse a sí misma en el absurdo.

 

Twitter/albertolati

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