En teoría, transporte y desarrollo urbano debieran ser dos términos y dos políticas que fueran de la mano. En la práctica esto no sucede con mucha frecuencia.

 

Sabemos que si construimos una carretera desde o hacia una ciudad, fomentaremos el desarrollo urbano a lo largo de ellas. Las carreteras han sido la punta de lanza para el crecimiento demográfico y también de la mancha urbana. Las carreteras también pueden destruir ciudad: los libramientos carreteros han asfixiado a más de una urbe porque se llevan la demanda de los que van de paso.

 

La principal calle en cualquier ciudad suele ser histórica, por décadas o siglos conectó el centro de la ciudad con las ciudades cercanas y así seguirá siendo. Allí está el comercio histórico, la ruta que atraviesa la localidad, la mayor demanda y la mayor oferta de transporte. Tal vez la gente no vive allí, pero en ella venden telas, muebles, ropa, zapatos o electrodomésticos.

 

Desarrollos formales o informales se construyen dentro y fuera de nuestras ciudades, y con ellos llegan los caminos, los servicios y el transporte. Y si construimos transporte, solita llega la gente. Cuando visité por primera vez la línea 12 del Metro de la Ciudad de México veía vacas en los últimos kilómetros antes de llegar a Tláhuac. Sé que en 10 años no podré ver una sola.

 

El desarrollo urbano lleva sus propias políticas, el transporte lleva otras. El error se comete por doquier. Percibo en el Distrito Federal un esfuerzo de la Secretaría de Desarrollo Urbano por coordinar ambos temas, pero también percibo que otras no lo han entendido: la expansión de la infraestructura de transporte sigue sin hablar con el desarrollo de vivienda. Lo mismo ocurre a nivel federal, las inversiones de decenas de miles de millones de pesos en transporte ferroviario irán solas: en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes creen saberlo todo, y están listos para construir el tren, mas no para construir ciudad.

 

En Hong Kong, el mismo operador del Metro, MTR, es el principal desarrollador inmobiliario. El Metro se expande hacia donde va el desarrollo urbano. De esta forma se articulan las inversiones y esto impacta mejor en calidad de vida y en el desarrollo económico. En México las cosas van por aparte, en el plan maestro, la línea B del Metro debía crecer en paralelo a una serie de desarrollos inmobiliarios que están en curso: viejas fábricas se han convertido en vivienda, oficinas, dos museos y centros comerciales, pero la ciudad no es capaz de hacer que las inversiones inmobiliarias paguen la expansión de una ruta del Metro que las beneficie.

 

Hong Kong es un ejemplo importante. Tokio es otro: tiene una impresionante telaraña de líneas de Metro y tren, muchas de ellas hechas con inversión privada, porque también ha sabido ligar transporte con desarrollo urbano.

 

En México hoy día se habla mucho de vincular transporte con desarrollo urbano, pero carecemos de los instrumentos para hacerlo. Si tan sólo los trenes México-Toluca y México-Querétaro fueran desarrollados por una agencia ligada al desarrollo urbano, tendríamos la posibilidad de que las inversiones redunden en desarrollo económico no sólo por la inversión en vías, estaciones, talleres y trenes en sí, sino por una derrama económica para crear polígonos de desarrollo alrededor de estaciones y terminales.

 

La oportunidad está allí, el presidente Enrique Peña Nieto debería empoderar a la flamante Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, en la concreción de los trenes de pasajeros. No me gusta que las políticas de desarrollo urbano estén en la misma entidad que las de desarrollo agrario, pero sin duda es un avance que lo urbano se vaya metiendo en la agenda federal. Se percibe buena disposición del subsecretario de Desarrollo Urbano y Vivienda, Alejandro Nieto, para vincular transporte y desarrollo urbano, cosa que no ocurre en la SCT.

 

Los trenes que he mencionado deberían ser la prueba de que sí se pueden vincular el transporte y el desarrollo urbano. Espero que no ocurra, por el contrario, que nuevamente estas inversiones sean testigos de que ambos conceptos no se entrelazan.