¿Qué tan sólido es el discurso de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) de los gigantes de la tecnología? Rescatemos, a manera de anécdota emblemática, las declaraciones en contra de Google que un embravecido Steve Jobs realizó hace algunos años en el marco de una reunión interna para celebrar el lanzamiento del iPad. El detonante: los esfuerzos del gigante de búsqueda de entrar con fuerza al ámbito de los móviles. Jobs fue con todo:

 

“Nosotros no entramos al negocio de búsqueda. Ellos, en cambio, ingresaron al negocio de los teléfonos. No se hagan bolas: Google quiere asesinar al iPhone. No los dejaremos. Para mí, una cosa es clara: su misión de ‘no hacer el mal’ es pura madre”.

 

Mark-Zuckerberg

 

De manera involuntaria, Jobs puso el dedo en la llaga al describir una percepción generalizada en la comunidad mundial de negocios: el discurso de RSE de los gigantes tecnológicos, tan dado a la grandilocuencia de autodeclararse como benefactores de un mundo mejor y más integrado, no va más allá de ser una mera estrategia cosmética.

 

En teoría, la idea de “no hacer el mal” se sustenta en la convicción de que una empresa tan importante como Google no puede circunscribir su visión a ganar dinero a costa de lo que sea. Hay que transformar al mundo. Si bien no plasmada con esa pureza en sus principios, casi todas las empresas de vanguardia tecnológica se presentan con esta actitud iconoclasta, pues en mayor o menor medida se exhiben como agentes de cambio cuyo desarrollo impactará positivamente a la sociedad. Hay tres razones que explican este fenómeno de “mucho ruido y pocas nueces”.

 

Uno, antes de la explosión de internet, Microsoft, una de las marcas más odiadas del planeta, dominaba por completo el sector computacional. Para los jugadores tecnológicos de este nuevo siglo, el Microsoft de los 90 representa todo aquello que no quieren ser, por lo que asumirse como entidades preocupadas por la comunidad resulta imperativo para diferenciarse del fantasma de la corporación hoy liderada por Satya Nadella. Dos, la RSE -concebida como una cultura de gestión basada en el bienestar de los miembros de la organización, el respeto al medio ambiente, la vinculación productiva con la sociedad y la ética en la toma de decisiones- se ha tornado en un parámetro a seguir por las generaciones emergentes.

 

El discurso de RSE de los gigantes tecnológicos, no va más allá de ser una mera estrategia cosmética

 

Tres, en contraposición a, digamos, una empresa de bienes de consumo, los nuevos gigantes tecnológicos detentan un potencial enorme. La tecnología, efectivamente, ha mejorado nuestras vidas, por lo que no es sorpresa que las organizaciones que conforman sus buques insignia posean una arrogancia malsana respecto al rol que juegan. La megalomanía de sus líderes es inocultable: para ellos, el simple hecho de existir y compartir (con fines de lucro, obvio) sus hallazgos tecnológicos ya es una acción de RSE, por lo que no ponen atención a los puntos finos de lo que implica ser socialmente responsable.

 

Va el ejemplo más reciente: los reportes de diversidad 2014 de Facebook, Google y Yahoo! marcan una preocupante tendencia discriminatoria (90% de los empleados de las tres compañías en Estados Unidos son blancos y asiáticos, mientras que en los casos específicos de Google y Facebook sólo 30% del staff es femenino). Si estas empresas no tuvieran el aura de coolness que han sabido consolidar gracias a su vocación tecnológica, estos reportes hubieran generado un alto número de críticas en la opinión pública. La visita de Mark Zuckerberg a México la semana pasada incluyó una interesante propuesta de RSE: conectar a los 60 millones de mexicanos que aún carecen de acceso a internet. ¿Le creemos a Mark o damos por sentado que esto se va a quedar en la etapa cosmética de los buenos deseos y las declaraciones espectaculares? Ya veremos.