El presidente Macron, de sólo 40 años de edad, está agotado. Adelantó por sorpresa la habitual reunión semanal del Consejo de Ministros, y decidió tomarse unos días de reposo no programado, oficialmente para recuperar fuerzas antes de una intensa semana de conmemoraciones del centenario del fin de la Primera Guerra Mundial.

La inusual medida -ninguno de sus predecesores tenía la costumbre de suspender sus obligaciones en esta época del año- dio lugar a todo tipo de especulaciones. ¿Estará enfermo?, ¿no aguanta el peso del poder?, ¿sufre el síndrome de Burnout?, ¿atraviesa una crisis matrimonial?

Lo cierto es que el mandatario más joven de la historia moderna de Francia tiene razones de sobra para sentirse agobiado. Desde el estallido del escándalo Benalla (su ex jefe de seguridad que disfrazado de policía apareció en un video golpeando a manifestantes indefensos), la popularidad del Presidente no ha cesado de bajar; de hecho, tocó fondo al desplomarse a 30%. Se le van los ministros mejor valorados, el PIB del país apenas avanza 0.3%, disminuye el poder adquisitivo de la gente. El desempleo en cambio no desciende ni un ápice.

Tampoco le sonríe la situación internacional. Su debilitada aliada europea Angela Merkel prepara su retirada de la política. Sube el tono en las fricciones entre París y Roma. Para el Gobierno italiano del antimigrante Giuseppe Conte, Macron es un hipócrita arrogante que se permite dar clases de democracia al mundo entero sin querer barrer delante de su puerta. Sin duda, al Jefe de Estado galo no le causó entusiasmo ni el triunfo de la extrema derecha en Brasil ni el abandono por parte de Austria (que preside este semestre la Unión Europea) del Pacto Mundial para la Migración.

Me pregunto si a la lista de sus dolores de cabeza no ha entrado recientemente México. El nombre del mandatario francés fue citado ante la prensa por el mismísimo Presidente electo de México. Tras anunciar la cancelación del aeropuerto de Texcoco, Andrés Manuel Lopez Obrador presumió el apoyo del Ejecutivo de París para elaborar un estudio sobre la viabilidad técnica del aeropuerto de Santa Lucía. El Presidente electo de México aseguró haber recibido de manos del ministro galo de Exteriores, Le Drian (antes titular de Defensa), una carta de Macron en la que se lee que “la rapidez con la que hemos respondido a sus solicitudes, en especial en el ámbito aéreo, muestra hasta qué punto queremos que la intensificación de la relación franco-mexicana sea prioritaria (…)”.

Sonó sensacional, pero el ambiente cambió de manera vertiginosa cuando en un comunicado la Embajada de Francia en México deslindó al gabinete de Macron de dicho estudio. Decidí contactar la sede de la cancillería gala en París para pedir más detalles. En una amable respuesta, el portavoz de la diplomacia francesa para las Américas, Guillaume Robert, se remitió al ya citado documento de la sede diplomática gala en la CDMX, sin entrar a valorarlo.

A través de la Embajada de Francia en México nos enteramos que Emmanuel Macron se limitó a facilitar el contacto, a petición del Gobierno de transición mexicano, con una empresa privada especializada en seguridad aérea.

Se trata de NavBlue, filial del gigante europeo Airbus, con sede en Toulouse, en el sur de Francia. Airbus, competencia directa del estadounidense Boeing, figura desde 2011 como el mayor fabricante de aviones y equipos aeroespaciales del mundo. Francia es mucho más que el principal accionista del Grupo Airbus (delante de Alemania); es, además, el segundo exportador planetario en aeronáutica, después de Estados Unidos. El sector, que en 2015 pesó en el país galo casi 60 mil millones de dólares, aparece como el atractivo número uno para los compradores extranjeros, todo un símbolo de la excelencia francesa.

Volvamos a la cancelación del nuevo aeropuerto de México. Vale la pena recordar que hace poco también Francia vio cómo su Jefatura de Estado renunciaba a un ambicioso proyecto de poner en marcha un nuevo aeródromo; en este caso en Nantes, en el noroeste del país. En enero pasado, tras cinco décadas de una feroz batalla entre los ecologistas, los campesinos y los políticos locales, Emmanuel Macron sorprendió a propios y extraños al abandonar su promesa electoral de levantar la construcción. Cedió ante la presión de los verdes. Y nadie tomó en cuenta el dato de que en 2016, 55% de los habitantes de la región se manifestó en un referéndum a favor de la obra.